Mi mesa de cristal se ha convertido en el testigo silencioso de las almas que vienen pidiendo auxilio. Mi mesa ha visto de todo, mujeres engañadas, hombres despechados, seres acabados, miserias inconfesables, ha sentido el tacto gélido del odio, el ansía de revancha y en ocasiones la paz que proporciona alcanzar un acuerdo que termine con la contienda.
Pero lo que más huella deja sobre el cristal y más pasiones desata son, sin duda, las separaciones y divorcios. Y es que entre el amor y el odio hay una línea divisoria tan estrecha que resulta facilísimo traspasarla sin darse cuenta.
El que abandona llena el cristal de toques certeros pero nerviosos cargados de razón y culpa; el abandonado, en cambio, frota el cristal con la palma de la mano abierta, para borrar lo que le está pasando.
Cada vez que veo como dos personas que han compartido vida, cama, secretos y a veces hijos, se convierten en unos perfectos extraños dispuestos a amargarse la existencia y a sacarse mutuamente los higadillos, mi fe en el ser humano se tambalea.
Cada vez que escucho alrededor de la mesa frases como: “ Todo lo que es, me lo debe a mi”, me pregunto si realmente ha sentido alguna vez la esencia de la entrega desinteresada.
Cada vez que escucho al abandonado decir que lo da todo por sus hijos para acto seguido afirmar “a mis hijos no les oculto nada, tienen que saber que su madre me ha abandonado por otro, porque es la verdad”, me pregunto si no será peor hacer tomar partido a las victimas, que abandonarlas.
En ocasiones, cuando la esposa sustituida pronuncia frases como: “si la vieras, es mucho mas fea que yo” confirmo mis sospechas de que no ha entendido nada.
El cristal de mi mesa sería negro como el cuero de las sillas que la rodean si absorbiera las energías que las parejas rotas traen consigo, pero sigue siendo transparente porque las observa desde la distancia, las toma el pulso, las diagnostica y finalmente se las devuelve a su dueño para que se las lleve consigo, cuando se vaya.
Nec sine te nec tecum vivere possum ("Ni sin ti ni contigo puedo vivir").(Ovidio, Amores, 3, 11, 39)
Pero lo que más huella deja sobre el cristal y más pasiones desata son, sin duda, las separaciones y divorcios. Y es que entre el amor y el odio hay una línea divisoria tan estrecha que resulta facilísimo traspasarla sin darse cuenta.
El que abandona llena el cristal de toques certeros pero nerviosos cargados de razón y culpa; el abandonado, en cambio, frota el cristal con la palma de la mano abierta, para borrar lo que le está pasando.
Cada vez que veo como dos personas que han compartido vida, cama, secretos y a veces hijos, se convierten en unos perfectos extraños dispuestos a amargarse la existencia y a sacarse mutuamente los higadillos, mi fe en el ser humano se tambalea.
Cada vez que escucho alrededor de la mesa frases como: “ Todo lo que es, me lo debe a mi”, me pregunto si realmente ha sentido alguna vez la esencia de la entrega desinteresada.
Cada vez que escucho al abandonado decir que lo da todo por sus hijos para acto seguido afirmar “a mis hijos no les oculto nada, tienen que saber que su madre me ha abandonado por otro, porque es la verdad”, me pregunto si no será peor hacer tomar partido a las victimas, que abandonarlas.
En ocasiones, cuando la esposa sustituida pronuncia frases como: “si la vieras, es mucho mas fea que yo” confirmo mis sospechas de que no ha entendido nada.
El cristal de mi mesa sería negro como el cuero de las sillas que la rodean si absorbiera las energías que las parejas rotas traen consigo, pero sigue siendo transparente porque las observa desde la distancia, las toma el pulso, las diagnostica y finalmente se las devuelve a su dueño para que se las lleve consigo, cuando se vaya.
Nec sine te nec tecum vivere possum ("Ni sin ti ni contigo puedo vivir").(Ovidio, Amores, 3, 11, 39)
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