LOS CARAMELOS DEL DESAMOR



En el platito de caramelos de recepción, siempre están los mismos, los caramelos de toda la vida, grandes, sobrios, con empaque pero, no se que pasa que nadie se los come y allí siguen, silenciosos testigos de las visitas, del tiempo que pasa y de todo lo que se cuece en el entorno. En cambio las gominolas, son vistas y no vistas, no les da tiempo a llegar al plato y ya han sido devoradas por el primero que pase, da igual que sea la cartera, el mensajero, el cliente o alguno de los que aquí trabajamos.

En cualquier caso, nada comparable con los caramelos de café con leche que compraba mi Tía Taquia en la tienda de la esquina, cuando venía a pasar el invierno a Madrid, y que se te pegaban a los dientes como si de un pegamento se tratara.

Pues con los divorcios pasa lo mismo, ves parejas que llevan más de veinte años juntas, se instala el desamor, aparece la gominola y el caramelo de toda la vida se queda sólo y desamparado, no sin antes convertirse en caramelo de café con leche aferrándose a su santo/a en un intento desesperado de no perderle.

Bromas aparte, y sin ánimo de frivolizar con asuntos tan dolorosos, en el despacho comprobamos diariamente como personas (lease generalmente hombres) entre los 40 y 50 años, con una situación familiar aparentemente estable y con una posición económica acomodada, ponen su mundo patas arriba, dejando atrás vidas y haciendas y embarcándose en nuevas aventuras amorosas que les haga sentirse vivos.

La duda que nos asalta ¿primero se instaló el desamor y después vino la gominola? o ¿vino la gominola y apareció el desamor?, hay opiniones para todos los gustos, la polémica está servida.

No obstante y sin pretensiones de moralina ¿has comprobado lo que dura un caramelo de los de toda la vida en la boca y lo que persiste su sabor? prueba ahora con una gominola, a ver cuanto te dura.


LIBERTAD DE PENSAMIENTO



No me gustan las etiquetas, ni ponerlas ni que me las pongan, me resisto a que envasen mis ideas, que las encorseten dentro de una categoría: de derechas, de izquierdas, progresista, conservadora, a favor de uno, a favor del otro .......

La única categoría a la que acepto pertenecer es a la de librepensador. Ni siquiera lo acepto en género femenino, así que, con permiso de nuestra Ministra de Igualdad, me alisto libre y voluntariamente a las filas machistas y me lo aplico en masculino, que me gusta más.

Me declaro abiertamente librepensador, en el sentido estricto de la palabra, despojada de las connotaciones religiosas y de otras índoles que se le han ido atribuyendo a lo largo de la historia.

No comprometerme con ninguna corriente de pensamiento ni con un ideario político me da la libertad de observar los hechos e interpretarlos conforme a mis propios criterios, puedo disentir, sin tener que pedir disculpas por ello y puedo aplaudir y apoyar un proyecto, sin que ello me comprometa a aceptar el programa entero.

De cualquier manera no es fácil mantenerse en el status de librepensador, los medios de comunicación te bombardean diariamente con noticias que te venden ya masticadas y tamizadas, para que no tengas que molestarte en sacar tus propias conclusiones y así, de paso, te adhieras a la línea de pensamiento que te marcan.

Lo mismo ocurre en mi entorno social cuando me pronuncio a favor de una idea o de un proyecto, en cuanto me descuido, automáticamente me asignan la calificación de adepta al ideario completo.

Mantener el equilibrio entre tanta información maleada y tantos intereses, se convierte en una lucha titánica que, además, llevo en solitario, con resultados inciertos.

Salirme de la manada y de la senda marcada, no solo no está bien visto sino que además acarrea descalificaciones y marginaciones (“o estas conmigo o estás contra mi”). Es el precio de la independencia y de la libertad de pensamiento, que yo, sin duda, estoy dispuesta a pagar.

QUISIERA CONTARTE

Quisiera contarte que nací en el seno de una familia humilde tirando a media, o media tirando a humilde, como prefieras, en el Madrid de los años 60, dentro de una España muy diferente a la que tenemos ahora.


Quisiera contarte que recibí una educación religiosa a la antigua usanza y con ella todos los aderezos, prohibiciones y dogmas que la acompañaban. Todavía hoy sigo soltando su lastre por las esquinas.

Quisiera contarte que de mi padre heredé el don de la palabra. El me enseñó a ser una persona íntegra y a moverme por la vida con la dignidad que te da el actuar conforme a los dictados de tu conciencia. Todavía siento el dolor de su pérdida.

Quisiera contarte que de mi madre aprendo día a día el valor de la generosidad y de la entrega desinteresada. Ella me desveló el secreto de cómo sacar el mejor partido a las distintas peripecias que la vida nos pone delante.

Quisiera contarte que hace más de dos décadas el amor llamó a mi puerta, se instaló en mi casa, y se ha convertido en el fiel compañero que llena de luz mi existencia.

Quisiera contarte que mi oficio me proporciona grandes alegrías, pero también amargos sinsabores. No olvido, no obstante, la gran fortuna que supone ganarse la vida haciendo lo que a uno le gusta.

Quisiera contarte que la emoción más intensa que recuerdo fue la mirada de mi hija nada más nacer y la sensación de tenerla entre mis brazos.

Quisiera contarte que aún conservo la llama rebelde de mi juventud, que se enciende ante las injusticias con la misma fuerza que entonces.

Quisiera contarte que el cielo habita en la sonrisa de mi hijo y en el brillo de sus ojos.

Quisiera contarte que cada día que pasa, me importa más lo que siento por dentro que lo que vivo por fuera.

Quisiera contarte que te he contado trocitos de mi vida en un cuento, en el que por descontado, no cuento ni la mitad de lo que te contaría, si de contar se tratara la historia de mi vida.

MOBBING


Viniste a verme cargada de razones, gritando justicia, pidiendo castigo para quien te había destrozado la vida. Tu jefa, esa mujer inhumana que se había ensañado contigo desde el primer día que te vio, que te había discriminado, fastidiado, perjudicado y que había arruinado tu existencia, tenía que pagar su culpa .

Me contaste todas tus desdichas y a mis preguntas contestabas con un guión aprendido a lo largo de años de lamentaciones, que no ofrecía respuestas.

Que aparentemente no entrabas dentro del perfil de una victima de mobbing, saltaba a la vista, no había que ser muy perspicaz, tus modos te delataban, pero no obstante, había que cerciorarse.

Desempolvando tu pasado descubrí una lista interminable de persecuciones sufridas, en el trabajo, en tu vida personal ........., una persona engullida por la mala suerte, que tan solo había sido afortunada en el casamiento, en elegir marido, al que, por cierto, como pude, personalmente, comprobar, desautorizabas a cada instante, recordándole sus torpezas.

No te acosa nadie, créeme, tan sólo tu sombra, aunque no quieres darte cuenta. El mobbing es otra cosa, cuando penetras en la mirada de una persona acosada te encuentras a un ser que gime de dolor por la agresión externa,. con una autoestima maltrecha, y con un alto grado de desorientación. De una persona sometida a acoso te sobrecoge su desesperación, su miedo y su grito implorando ayuda

En tu mirada no hay nada de eso, solo se percibe el odio y el rencor hacia la humanidad que conspira contra ti. Yo no tengo remedio para tu mal, porque hasta que no seas consciente de ello, seguirás siendo victima del mundo, de sus persecuciones y de sus injusticias. Seguirás siendo víctima de ti misma.

LA CAJA DE PANDORA


Una semana dura, mil y un asuntos a los que dedicarme y ni un segundo para mi. Este es mi momento, el ordenador y yo, solos, una frente al otro, el teléfono descolgado, y yo abandonada en mi cansancio, me dispongo a abrir la caja de Pandora, esperando que de ella salgan todos los males que atenazan esta ocupada cabeza y este pobre corazón.

De la caja sale la mezquindad de los que ponen en tela de juicio el precio de tu trabajo, cuando ellos exigen más dedicación de la que realmente pagan.

Sale también la miseria del que se empeña en someter todo lo que da, a una estricta vara de medir, olvidando todo lo que recibe.

Sale a continuación el afán desmedido de organizar vidas y haciendas ajenas, cuando tenemos en estado ruinoso las propias.

Por último, sale la infelicidad disfrazada de bienestar, de los que necesitan convencer al mundo que su vida es un ejemplo a seguir, tan sólo para poder creérselo ellos mismos.

Cierro la tapa y la semana y como en el mito griego, tan sólo queda dentro la esperanza, como antídoto para superar los males que me atenazaban y que ahora están fuera.

Curiosa la coincidencia con mi nombre.