En el platito de caramelos de recepción, siempre están los mismos, los caramelos de toda la vida, grandes, sobrios, con empaque pero, no se que pasa que nadie se los come y allí siguen, silenciosos testigos de las visitas, del tiempo que pasa y de todo lo que se cuece en el entorno. En cambio las gominolas, son vistas y no vistas, no les da tiempo a llegar al plato y ya han sido devoradas por el primero que pase, da igual que sea la cartera, el mensajero, el cliente o alguno de los que aquí trabajamos.
En cualquier caso, nada comparable con los caramelos de café con leche que compraba mi Tía Taquia en la tienda de la esquina, cuando venía a pasar el invierno a Madrid, y que se te pegaban a los dientes como si de un pegamento se tratara.
Pues con los divorcios pasa lo mismo, ves parejas que llevan más de veinte años juntas, se instala el desamor, aparece la gominola y el caramelo de toda la vida se queda sólo y desamparado, no sin antes convertirse en caramelo de café con leche aferrándose a su santo/a en un intento desesperado de no perderle.
Bromas aparte, y sin ánimo de frivolizar con asuntos tan dolorosos, en el despacho comprobamos diariamente como personas (lease generalmente hombres) entre los 40 y 50 años, con una situación familiar aparentemente estable y con una posición económica acomodada, ponen su mundo patas arriba, dejando atrás vidas y haciendas y embarcándose en nuevas aventuras amorosas que les haga sentirse vivos.
La duda que nos asalta ¿primero se instaló el desamor y después vino la gominola? o ¿vino la gominola y apareció el desamor?, hay opiniones para todos los gustos, la polémica está servida.
No obstante y sin pretensiones de moralina ¿has comprobado lo que dura un caramelo de los de toda la vida en la boca y lo que persiste su sabor? prueba ahora con una gominola, a ver cuanto te dura.