Habíamos quedado a las seis y media. Llegó mucho antes y tuvo que esperar a que yo terminara de conciliar mi vida familiar con la profesional. Cuando por fin, entré en mi despacho , Ramón conversaba placidamente con él haciendo tiempo para que yo llegara. Me llamó la atención la tristeza de sus ojos transparentemente verdes y el tono grave e intimista que mantenían ambos.
Sondeé con la mirada tanto a él como a mi compañero y rápidamente descubrí el porqué. Él, un caribeño, que vino a nuestro país hace diez años con una beca, recién estrenado su doctorado, y actualmente nacionalizado español, relataba cómo este verano había vuelto a su país para reencontrarse con sus padres y sus hermanos y éstos le habían cerrado la puerta en las narices, por haberse pasado al enemigo.
Nos contaba con una sonrisa de desconsuelo que le habían adoptado con tres años, porque su madre había muerto y su padre le abandonó y que ahora le habían vuelto a abandonar. Que en España era un maldito panchito y en su país un maldito traidor. –Bueno, no pasa nada eres un ciudadano del mundo – tercié yo - Soy un hombre de ninguna parte – contestó él. Sin patria, sin raíces, sin familia, sin bandera ................
Dedicamos tres cuartas partes de la reunión a compartir la angustia de un ser humano desubicado y yo me permití hablarle con el corazón y sugerirle que cerrara capitulo y procurara curar la herida, porque sino no pararía de sangrarle durante toda la vida. Solo al final tratamos el asunto jurídico para el que nos habíamos citado.
Hoy me ha llamado por teléfono para darme un dato sobre el litigio, que, por otra parte, no me hacía falta, aunque yo se que realmente su llamada obedecía a la necesidad de decir: “gracias, me has ayudado, tendré en cuenta lo que me has dicho”, aun sin haberlo hecho palabras.
Sondeé con la mirada tanto a él como a mi compañero y rápidamente descubrí el porqué. Él, un caribeño, que vino a nuestro país hace diez años con una beca, recién estrenado su doctorado, y actualmente nacionalizado español, relataba cómo este verano había vuelto a su país para reencontrarse con sus padres y sus hermanos y éstos le habían cerrado la puerta en las narices, por haberse pasado al enemigo.
Nos contaba con una sonrisa de desconsuelo que le habían adoptado con tres años, porque su madre había muerto y su padre le abandonó y que ahora le habían vuelto a abandonar. Que en España era un maldito panchito y en su país un maldito traidor. –Bueno, no pasa nada eres un ciudadano del mundo – tercié yo - Soy un hombre de ninguna parte – contestó él. Sin patria, sin raíces, sin familia, sin bandera ................
Dedicamos tres cuartas partes de la reunión a compartir la angustia de un ser humano desubicado y yo me permití hablarle con el corazón y sugerirle que cerrara capitulo y procurara curar la herida, porque sino no pararía de sangrarle durante toda la vida. Solo al final tratamos el asunto jurídico para el que nos habíamos citado.
Hoy me ha llamado por teléfono para darme un dato sobre el litigio, que, por otra parte, no me hacía falta, aunque yo se que realmente su llamada obedecía a la necesidad de decir: “gracias, me has ayudado, tendré en cuenta lo que me has dicho”, aun sin haberlo hecho palabras.
Si hay alguna razón, después de veinticinco años, para seguir vistiendo la toga, día a día, esta es, sin duda, la satisfacción que te proporciona el servir de ayuda a quien te pide auxilio.