Esperanza Temprano Posada Nació ya siendo mayor y se perdió lo mejor, por eso siempre luce la sonrisa de un monigote triste. Se quedó enganchada en esa guerra que le robó los besos que nunca dio y los novios que nunca tuvo, y se refugió en la pegajosa felicidad de las pastillas de café con leche. Una noche de marzo, cuando los caramelos empezaron a saberle a café amargo, saltó al vacío, pero se levantó y siguió muriendo. Ahora ya ni los prueba, no sea que se le peguen a los dientes que no tiene y a los recuerdos que no guarda.
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VUELVO
Ya estoy de vuelta de unas cortiiiiiisimas vacaciones que me han dejado la agridulce sensación de que el descanso empezaba justo cuando ellas terminaban. Me he reencontrado con mi bosque, con los amigos de siempre, con el cariño de muchos y con la intolerancia de unos pocos. He subido un escalón en el conocimiento del alma humana y bajado otro en la confianza en la especie. He desplegado nuevamente mis artes de quijote, en defensa de la verdad. Como decía Tomás Salvador en el prólogo de la Edición del Quijote de Editorial Petronio de 1965 “ Ser quijote es luchar contra los esfuerzos las injusticias, las ruindades de los poderosos; ser quijote es amar la belleza inútil, la locura bondadosa, es arriesgar la vida por salvar un niño, por arrancar una flor, por oponerse al abuso; ser quijote es mantener la supremacía del individuo frente a la masa; creer en la belleza mejor que en la utilidad y decir las verdades sin temor a las consecuencias. Por eso el Quijote es eterno. El mundo necesita este freno, esta locura; esta roca contra la corriente”
CUENTAS PENDIENTES
Daban las cuatro en el reloj del comedor cuando me levanté a deambular a oscuras por la casa. Me puse las gafas como todas las noches para ver mejor la oscuridad y al doblar la esquina del pasillo me lo encontré.
- ¿Porqué nunca me escribes? – me preguntó
. - No creí que te gustara- respondí
Me quedé quieta esperando su caricia, temiendo su reproche y le vi alejarse perdido en la noche que se escapaba por la ventana. Me acurruqué en mi infancia y cuando los primeros haces de luz chocaron con mi mirada tomé su pluma y empecé: Querido papá…
PSICOPATA
No escribiré tu epitafio, ni regaré tus plantas ni tampoco volveré a usar la llave en tu cerradura. Maldigo el momento en que me crucé con tu carita de hombre bueno y de esposo abandonado. La policía ya ha terminado de desenterrar el cadáver del jardín, solo me ha hecho falta ver como cogías por los pelos la cabeza degollada de tu mujer para saber quién eras.
LA SOMBRA DE LA DUDA
Hace un par de semanas recibo una llamada de una entidad financiera que me comunica que me han bloqueado mis tarjetas de crédito porque figuro en una lista de morosos por una deuda de 123 € con una empresa de telefonía.
A partir de ese momento, me hacen utilizar un tiempo que no tengo en demostrar que mienten: confirmación de mi proveedor de telefonía de que estoy al día, visitas al Banco, carta pidiendo detalles de cómo, cuándo y cuanto.
Ayer recibo una carta donde un Servicio de defensa del consumidor me comunica que habiendo hecho las comprobaciones oportunas, proceden a quitar mi nombre de la lista y nada más que aquí no ha pasado nada.
Leo varias veces la carta por si me ha pasado desapercibido el renglón donde piden perdón, pero por más que lo busco no lo encuentro.
No doy crédito a lo ocurrido, ni una disculpa, ni un mea culpa, ni una pregunta sobre los perjuicios ocasionados ¿Qué está pasando? ¿Dónde está el Estado de Derecho? ¿y la presunción de inocencia? ¿Qué pasa con mi imagen?
Si hay una cosa que tengo clara después de tantos años de oficio a mis espaldas es que la sombra de la duda nunca se borra. Uno de nuestros más famosos políticos acostumbraba a decir: “Difama que algo queda” o nuestro refranero popular acuña “cuando el rio suena, agua lleva”.
Nadie repara el perjuicio de esa sombra que injusta y arbitrariamente se pega un día a tu persona, por eso debería estar perseguido e incluso penado incurrir en acciones que dan por hecho que eres culpable.
Por lo pronto he cancelado las tarjetas de crédito con la entidad que las bloqueó, si ellos no se fían de mí, tampoco yo de ellos. Ya no las quiero.
Y lo mejor de todo ¿sabéis que es? Que yo nunca he sido cliente de la empresa de telefonía con la que figuraba la deuda.
¡Qué país!
ME COMO UNA Y CUENTO VEINTE
Era el reclamo de la casa de citas, no había en la ciudad macho que se preciara que no confesara haber estado con ella. Contaban sus excelencias en los bares, se formaban corrillos alrededor del afortunado que había probado sus encantos y el eco de sus increíbles habilidades se había extendido varios kilómetros a la redonda. Era una hembra de las que dejan huella. La madama se frotaba las manos contando la recaudación de la caja, estaba encantada con el fichaje de esta chica de pueblo que aún ayer le confesaba que seguiría siendo virgen hasta que apareciera el hombre que la llevara al altar.
NIÑO DE PAPÁ
Se ató los zapatos y se miró en el espejo. No acababa de encontrar el “gentleman” que buscaba. Se cambió nuevamente de pantalones, metió barriga y ensayó la perorata diaria: - tú no sabes con quien estás hablando… de mi no se ríe nadie…- Se echó gomina en el pelo y salió a poner en práctica lo tantas veces ensayado.
Llegó a la empresa que otrora dirigiera su padre, dio unos gritos por aquí, cambió unas instrucciones por allá, despidió a los mejores porqué le miraban mal y mandó a paseo al proveedor más antiguo; luego se sentó satisfecho en el sillón de su despacho, entrelazó sus manos sobre la nuca y murmuró : - van a saber quién manda –
El encargado asomó tímidamente por la puerta – Don Ernesto, usted dirá como seguimos ahora–
-Parece usted tonto, pues como siempre, Ramírez, como siempre, hala, hala, a trabajar –
Se asomó al espejo que tenía disimulado tras su percha y se lanzó una sonrisa cómplice con el pulgar levantado.
DIARIO DE UN MAL JUEVES
Hoy me he levantado de buen humor, a pesar de que el panorama se presentaba denso, a las siete de la mañana pensé, emulando a Serrat, “Hoy puede ser un gran día”, minutos después me pillaba los dedos con una puerta. Para evitar que se me pusieran morados y esta vez emulando a mi acupuntora coreana, me hice una sangría casera provista de un alfiler y descubrí el poco valor que tengo para autoinferirme daño, así que me dejé las yemas de los dedos como coladores, tras muchos pinchazos sin resultado sangre.
-No pasa nada- pensé y me dispuse a salir de casa con diez minutos de retraso. Tome el ascensor rumbo al garaje, las puertas se cerraron y me dejaron atrapada sin subir ni bajar. Tras unos minutos de tocar compulsiva y nerviosamente a todos los botones, incluida la alarma, el artilugio elevador fue condescendiente conmigo y me escupió fuera del ascensor.
Llegué al despacho con media hora de retraso sobre la agenda prevista. Cogí mis trastos de matar y mi maletín y me encaminé rumbo a un juicio de despido que casi tenía cerrado en acuerdo con el compañero contrario.- Llego tarde- pensé – menos mal que esta jueza nunca va en hora- Cuando llegué su Señoría me estaba esperando con cara de poker, pedí disculpas por el retraso y una pequeña moratoria para hablar telefónicamente con el cliente y confirmar que aceptaba el acuerdo que me proponía la parte contraria: – ¡Como me puedes ofrecer eso!- me contestó furibundo al otro lado del teléfono - ¡no, no acepto y no me vuelvas a llamar! -. Colgué desolada, sin defensa que llevarme a la boca y sin pruebas con que llevarme al huerto al enemigo. Me quedé desvalida e indefensa ante las iras de una jueza con más aspecto de transitar de noche la Casa de Campo, ligera de ropa que de perderse bajo los códigos de justicia.
Salí de la sala con mis dedos doloridos y mi ánimo a punto de romperse en mil pedazos, así que me fui a la calle a que me diera el aire a ver si espantaba ese mal fario que parecía rondarme. Dos tiernas jovencitas me asaltaron en la acera intentando hacerme unas preguntas, yo rehusé varias veces con un movimiento de mano pero seguían insistiendo, por eso me acerqué a una de ellas y le dije en voz baja: - ¿sabes? Tengo un mal día y no sería justo que lo pagara contigo-. Se alejaron de mí como alma que lleva el diablo y el día siguió avanzando inexorablemente y mi desánimo también, hasta acomodarse en una densa reunión, donde se ha dado rienda suelta a la estupidez que a muchos les aflora por todos los poros de su piel y que, desgraciadamente ha durado mucho más de lo previsto, consiguiendo así que toda mi familia estuviera dormida cuando llegué a casa.
Hoy me levanté de buen humor, -puede ser un gran día – pensé y realmente lo ha sido porque he logrado salir viva de él, con unas cuantas magulladuras en los dedos, pero viva al fin y al cabo.
JUSTIVIRUS
Damián padecía el mal del justivirus, en cuanto se ponía la toga, su espalda se erguía, su pecho iba un paso por delante y su palabra se convertía en eco antes de salir de la boca. El negro paño le hacía grande, las blancas puñetas, honorable.
Cuando no la llevaba, bajaba a los infiernos y para no quemarse, se refugiaba entre las piernas de esa negra abundante que un día se le ofreció en la esquina. Ella y la botella de whisky eran las únicas que le escuchaban sin rechistar.
Hoy la negra ha amanecido tiesa en el parque y ya han detenido a un sospechoso. Damián se pone la toga y no consigue recordar donde estuvo la noche anterior.
MICRORRELATO
Este es el Microrrelato de Marzo presentado al Concurso de la Mutualidad de la Abogacía. No he tenido suerte esta vez. Las cinco palabras obligadas eran: menú, comisión, hoguera, clave, pleito.
Todo apuntaba a que mi carrera profesional iba a terminar antes de empezar. Estaba visto que mi jefe quería quemarme en la hoguera y mis compañeros le acercaban la leña y las cerillas. Yo buscaba la clave para agradarles, incluso les subía el menú del día desde el bar de la esquina y de paso me ganaba una pequeña comisión. Con tal de que la comida no se enfriara, la introducía en mi boca y se la volvía a dejar calentita a cada uno en su plato, todo para que me asignaran un pleito que nunca terminaba de llegar. Quiso el destino que todos mis colegas enfermaran a la vez y, de la noche a la mañana, me encontré vistiendo la toga y fogueándome en la profesión. Dicen que padecen una enfermedad, a la que yo soy inmune, que se transmite por la saliva … ¡bendita lascivia!