El timbre de la puerta no paraba de sonar aquella tarde, el teléfono, celoso, le hacía la competencia, varias visitas sin cita terminaron de arruinar la ya descalabrada agenda.
- - Doña Gertrudis ¡ que sorpresa! ¿Algún problema desde la semana pasada que estuvo usted por aquí?-
Abrió la boca para decir:- Mi hija no me hace ni caso- , pero lo que dijo fue: - quiero hacer nuevo testamento-
-¿Otro? Ya llevamos treinta en lo que va de año, piénselo un poco- .
Tras varios minutos escuchando las tropelías de la hija de Doña Gertrudis, se fue a merendar a la chocolatería de abajo olvidando el motivo de su visita.
En la sala de espera sigue D. Gustavo, que viene un día sí y uno no para consultar las más variopintas e intrascendentes cuestiones.
Me dice: - lo de las palomas es una vergüenza, no te imaginas como tengo los alfeizares de las ventanas ¿a quién puedo denunciar?- cuando realmente ha venido para contarme que está solo, que los días son muy largos y muy cortos los proyectos, que la ilusión se marchó para no volver y que venir a verme es lo único interesante del día.
Hablamos de la crisis, del Alcalde, de las palomas, de ese hijo que triunfa en Estados Unidos y del aburrimiento.
Cuando le acompañaba hasta la salida, volvió Doña Gertrudis a recoger el paraguas que había olvidado. Sus miradas se encontraron, se observaron en silencio y bajaron juntos en el ascensor.
Han pasado dos meses de aquella tarde… Doña Gertrudis y Don Gustavo han desaparecido sin dejar rastro, pero no estamos preocupados.