Siempre me he negado a tener perro por eso cada mañana saco a pasear a la correa que espera ansiosa el momento de salir a la calle. Hoy hemos esperado en casa a ver si por fin amanecía pero parece que a la mañana no le ha sonado el despertador y ha obligado a la noche a hacer horas extras.
Me acerco hasta la panadería guiada por los brincos y tirones de la correa, pero en su lugar encuentro un local vacío con un cartel de SE ALQUILA, no puede ser, pienso, si anoche pasaba yo por aquí cuando Roque echaba el cierre, dejando preparadas las bandejas de bollos para hornear al día siguiente…
Decido comprar el pan en la tienda de Sole, que siempre huele a harina de otro costal y que tiene de todo un poco y casi de nada. La correa se sabe el camino y me lleva casi a rastras hasta la puerta de un bazar oriental, desorientada mira hacia los lados para finalmente volverse hacía mí y esconderse en mi bolsillo. Una joven china se asoma a la puerta:
-¿Dónde está la tienda de Sole?- le pregunto desconcertada.
- Si tenemos, en la planta de abajo – me contesta sin entender una palabra.
Vuelvo abatido a casa, sigue sin amanecer, y se han ido los de siempre, me paro ante una papelera y tiró la correa, menos mal que nunca le puse nombre para no cogerle cariño.