Si hay algo que me preocupa es que llegue un momento en que me dé igual ocho que ochenta y contemple sin inmutarme una aberración tras otra. Todavía conservo la capacidad de indignarme y de pegar un puñetazo en la mesa gritando un: ¡YA ESTA BIEN! y un ¡BASTA YA!
Este fin de semana he contemplado estupefacta como una pobre mujer con claros síntomas de debilidad emocional y mental, declaraba en un programa de televisión que su marido era el asesino de la niña de Huelva, desdiciéndose de sus declaraciones en el juicio.
El estupor no surge por el cambio de declaración, sino porque los responsables de un programa de televisión se pongan a jugar a jueces y fiscales y no caiga sobre ellos todo el peso de la ley.
Todavía no sé como el Ministerio Fiscal no ha tomado cartas en el asunto pidiendo la suspensión cautelar de la emisión del programa y la depuración de responsabilidades, tanto de los que mueven sus hilos como de su presentadora, que cuenta con grandes niveles de audiencia.
No sé porqué no se da un castigo ejemplar a un canal de televisión que se cree con el derecho de convertir la justicia en un reality show.
Si queremos que la justicia deje de ser un cachondeo, hagamos que se respete, que se imparta entre las cuatro paredes del Juzgado y no ante las pantallas de televisión y castiguemos a est@s individu@s que dicen llamarse profesionales de la comunicación, cambiando de canal, o mejor aún, apagando el televisor.