Con
la venia, Señoría
Me
confieso agnóstico
aunque
reconozco
que en los momentos difíciles suelo apelar
al Altísimo para que la tierra no se hunda bajo mis pies, como
aquella vez en que me enfrenté a la expulsión
de
la carrera
judicial
por capitanear un movimiento radical entre
los jueces,
o cuando un
imputado por evasión
de capitales
me propinó un
sonoro tortazo en las escaleras del Juzgado ante
las cámaras de televisión. Conseguí salir airoso de éstas y de
otras muchas, pero cuando miraba
hacia
arriba pidiendo
ayuda
para dictar
una sentencia justa,
nunca encontraba
respuesta.
Ya
no me siento capaz de seguir juzgando
lo
qué está bien y lo
qué
está mal, dejo las puñetas por convicción pero sigo vistiendo la
toga por vocación, solo que ahora, en vez de dar la palabra,
debo pedir
permiso para tenerla.
(Con este relato he participado en el Concurso de Abogados del mes de junio, con cinco palabras obligadas: radical,
sonoro, carrera, expulsión y apelar. No hubo suerte)