Alli estabas, angustiada, mirando sin ver, esperándome. Me dijiste con voz entrecortada “vamos a dejar las cosas como están, anoche me volvió a pegar”. Hice como si no te escuchara, te tome del brazo y te conduje a la sala “tranquila, vamos a entrar, tu no digas nada, dejame a mi hacer mi trabajo”.
Te dejaste llevar, y poco a poco fuiste recuperando la calma, poco a poco descubriste que no tenias que pedirle perdón por haberte robado la dignidad, sino despreciarle por ello,
poco a poco fuiste ganando la confianza que nunca debiste perder y le despojaste del poder que le habías otorgado sobre ti,
poco a poco recobraste el coraje del que hacías alarde muchos años atrás, y le arrebataste con firmeza lo que él maliciosamente te quitó.
Tus ojos brillaban cuando salimos de aquella sala, la vida se reflejaba en tu semblante, lo habías conseguido, todo podía ser distinto, volvías a ser dueña de tu propio destino.
Nos despedimos en la esquina de Castellana, “eres un ser único y excepcional, no permitas que nunca más te vuelva a poner la mano encima” te dije, y tu barbilla respondió ahogando el llanto.
Te vi alejarte del brazo de tu angel de la guarda y por un instante creí que el milagro era posible, pero tomaste el camino que ya conocías y
poco a poco convertiste el coraje en miedo,
poco a poco enterraste la confianza en ti misma
poco a poco le regalaste nuevamente tu dignidad y
poco a poco, al fin, volviste a arrojarte en sus brazos,
A veces me pregunto si es lícito mostrar a alguien donde están las puertas del cielo, cuando no sabe como salir del infierno.