MOBILIARIO URBANO




Todo empezó cuando abrí la boca para saludar a mi vecina del séptimo y no me salió palabra alguna. Mi mala educación corrió como la pólvora entre los vecinos. Todos me han retirado el saludo.

Me estaba acostumbrando a no hablar cuando en la parada del autobús mis piernas decidieron no moverse más. El conductor echó por la boca unos cuantos sapos y un puñado de culebras, cerró las puertas y se fue, dejándome en la acera.

No sé cuanto tiempo llevo aquí, pero me empiezan a crecer malas hierbas en las orejas y en mis bolsillos, convertidos en papelera, no cabe un desperdicio más. Algunos se apoyan en mí como si fuera una columna y otros hacen graffitis en mi cara.

Nadie se ha dado cuenta de mi presencia y yo empiezo a dudar si alguna vez fui algo más que una pieza de mobiliario urbano.

SOLSTICIO DE VERANO



Todos los años cuando empezaban a asomar las primeras cerezas y el buen tiempo venía para quedarse, empezábamos la cuenta atrás para la gran noche.

Horas antes, nuestros estómagos se llenaban de burbujas revoltosas que nos hacían dar saltitos y reírnos a hurtadillas para que mamá no se diera cuenta. 

Con el canto del cárabo, nos metíamos en la cama vestidos, tiritando de emoción, esperando la señal de la abuela que no tardaba en llegar.

La seguíamos en silencio hasta el bosque, lo tenía todo preparado, el fuego en un claro al lado del arroyo, la lavanda y el romero y el ramillete de genciana y milenrama. Saludábamos a los árboles, abrazándolos hasta que sentíamos su latido. Con su energía en nuestra piel hacíamos un corro alrededor de la hoguera, danzando y cantando al son que nos marcaba la abuela.

No tardábamos en convertirnos en bosque, en fundirnos con la noche y cabalgar sobre sus estrellas, éramos brisa, agua y flores, éramos nube, luna y tierra... 

Si quieres saber si las hadas y los duendes existen, déjate  abrazar por el bosque en la noche más corta y tendrás la respuesta.

SUMMERLAND






Desde entonces papá ya nunca juega con él, tan solo llora. Casi no sale, no se afeita, apenas come, ni siquiera sonríe cuando le hace la imitación de Chiquito que tanto le gusta.


Echa de menos los ratos en que veían juntos cómo se encendían los rascacielos y caía la noche sobre la ciudad pero ya no se atreve a asomarse a la ventana no vaya a ser que se vuelva a caer.

(Mi contribución fallida a Relatos en Cadena, esta temporada no me he comido ni una rosca, ¡que le vamos a hacer! no se puede ganar siempre...o es ¿sí que se puede perder siempre?) 

INTOLERANCIA URBANA

La sirena cautiva vomita pulpos de siete patas en la taza del váter sin saber por qué, él le ha ocultado que son de piscifactoría. Le llena la bañera echando un puñado de sal para que se sienta como en casa pero eso no impide que el cloro esté terminando con  sus escamas. De tanto comer sardinas en lata para matar la nostalgia, ahora padece asma por los conservantes. Su aspecto empeora por momentos y él se pregunta qué fue de aquella  bella sirena que pescó. En la soledad de la noche se despide de ella y le desea feliz retorno a casa entre las brumas fecales y el hedor de la cloaca.


(Un despojo de Relatos en Cadena de esta semana. Después de haber leído uno de los finalistas, me pregunto cuales son los criterios de selección y no digo que mi relato sea bueno, pero algunos que llegan a finalistas...¡madre mía!) 

SE VENDE

    
Por fin iba a vender la casa, necesitaba dinero y la pareja que tenía delante parecía encantada con su luz, su distribución y mis dotes de convicción. Solo les quedaba ver el sobrado.

Me adelanté para abrirles la puerta y las siestas de las tardes de verano escaparon por los huecos de mi memoria, seguidos del pan con chocolate y los secretos compartidos con Purita. Volaron de su escondite las furtivas cartas de amor de aquel monaguillo de ojos azules y la picadura de tabaco del abuelo. La cama de latón me hizo un guiño y empezó a chirriar en mis oídos al compás de la pasión de aquella noche de abril...

─¿Les he contado que al atardecer se oye una voz femenina que entona boleros?...guárdenme el secreto, es mi abuela la que canta, murió  en esa mecedora─ aclaré bajando la voz.

No volvieron. Me quedé escribiendo sobre los haces de luz que se colaban por las rendijas  a través del lenguaje de signos, como tantas veces había hecho con la abuela, sordomuda de nacimiento. Delante de su recuerdo rompí el cartel de "Se vende".                  

INTOXICADA


Tras un largo tiempo sufriendo  trastornos intestinales y un malestar generalizado, han dado con lo que tengo. La semana pasada me dieron el diagnóstico: padezco intolerancias.  Me han prohibido seguir de cerca a nuestros políticos, so pena de envenenarme definitivamente y me han restringido la lectura de la prensa, solo se me permiten las buenas noticias y aquí tengo a mi familia filtrando los diarios sin que hasta el momento hayan dado con ninguna.
   
También presento graves intolerancias a los potenciadores del sabor, lo que coloquialmente  se conoce  como oportunistas, que medran a costa de las penalidades de otros,  me han prescrito huir de ellos como de la peste si quiero terminar de una vez por todas con esta acidez.

Los derivados de palma ni olerlos,  sea en aceite o en duque, no solo inciden directamente sobre mi salud cardiovascular  sino que además me producen ronchas y picores muy molestos que tardan en desaparecer.

Llevo cinco días en la fase de desintoxicación y aún no noto mejoría aunque el médico me asegura que, a la larga, ganaré en salud si elimino todas las sustancias nocivas que me van envenenando poco a poco.