El tiempo se detuvo, la noche se alió con el misterio y Laura, inmovil, en medio de ninguna parte, a un paso de la salvación y a otro del infierno, contemplaba impotente a su hija, que intentaba desesperadamente acercarse sin conseguirlo, luchando contra una fuerza invisible que se lo impedía.
Javier Vielva empuñaba una pistola apuntando a la sombra que rodeaba a Diana, cambiando la dirección del tiro nerviosamente para localizarla según aparecía y desaparecía.
-Vete, por favor – le gritó Laura.
-Déjame recuperar a mi hija, márchate, Javier, sino te vas, la perderé para siempre –
Javier Vielva no se movió, siguió empuñando el arma y dijo con una voz grave que retumbó en la oscuridad – Suelte a la niña o disparo –
La respuesta fue una risa gutural despectiva y socarrona, cuyo eco aumentaba según pasaban los segundos.
Roberto presenciaba la escena a media distancia del Comisario. Diana lloraba lanzándo con impotencia los brazos hacia su madre y gritaba – Mamá, ayudame-
- Marchate de aquí, Javier , esta no es tu guerra – dijo Roberto acercándose lentamente al Comisario.
-Te equivocas, esta es mi guerra, no la tuya – contestó Javier Vielva sin quitar la vista de Diana, pero controlando la amenaza que se acercaba por su derecha.
-¿No te das cuenta de que no vas a poder disparar a una sombra que aparece y desaparece? No es un mortal, no le puedes matar – apuntó Roberto mientras seguía aproximándose muy lentamente.
-No te has enterado de nada, la sombra es un sicario, idiota – contestó el Comisario
-¿Un sicario? ¿De quien? – respondió Roberto.
-De Arturo Hidalgo, o ¿de verdad te creías que había un duende?
(Continuará) .........................
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