Cuando volvió a su despacho, abrió la ventana de par en par, le faltaba el aire, no podía ser verdad, estaba viviendo la peor de sus pesadillas, deseaba gritar, pero se había quedado sin voz, deseaba llorar, pero se había quedado sin lágrimas, deseaba actuar pero se había quedado sin fuerzas.
Alguien llamó suavemente a la puerta, Laura cerró fuertemente sus ojos y negó con la cabeza sin poder articular palabra: “no estoy para nadie” pensó. Menos mal que la voz que oyó fue la única que podía reconfortarla en ese momento, Roberto acababa de entrar en su despacho.
Laura se abrazó a él como el que se abraza a su última esperanza, y tras unos minutos, las palabras surgieron y las lágrimas afloraron dando rienda suelta a todo lo que acababa de pasar en el despacho de Esteban.
-Vámonos a dar un paseo, hace tiempo que quiero pasarme por la Cuesta de Moyano a ver si encuentro un libro sobre plantas que es una autentica joya. Después te invito a cenar – dijo Roberto.
- No me siento con ánimos, de verdad – contestó Laura pero Roberto no aceptó un no por respuesta, la tomó de la mano y salió con ella del despacho.
Laura andaba con desgana y ausente por la calle, a pesar de que Roberto tiraba de ella con energía, sin parar de hablar.
Al doblar una esquina, ella sintió que alguién les seguía y aceleró el paso, él ya llevaba un rato mirando de reojo para atrás, mientras fingía normalidad.
-Mira que es agotador Javier Vielva – pensó ella.
-¿Qué andará buscando Arturo Hidalgo?- penso él.
(Continuará.............)
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