Las sirenas de varios coches de policía iluminaban la calle, varios grupos de rastreo se desplegaron por la Casa de Campo en busca de Diana, algunos vecinos se unieron a las tareas de búsqueda y otros decidieron quedarse con Laura y Luis para darles apoyo psicológico.
Luis repetía una y otra vez la misma versión a los agentes de policia: la niña se acostó a la hora de todos los días, no paso nada especial, todo era felicidad y armonía en la familia y descartaba que Diana se hubiese escapado, porque era muy pequeña y porque no tenía razones para ello.
Laura seguía en el jardín con la mirada perdida hacia el bosque que tenía delante. Estaba viviendo la peor de sus pesadillas, le resultaba tan difícil asimilar que Diana hubiese desaparecido que se resistía a creerlo. Esperaba que de un momento a otro, su hija apareciera por el jardín ajena a todo el despliegue policial, imploraba que fuera así, aunque algo en su interior le decía que no iba a ser tan fácil.
Parecía que las preguntas de la policía no iban con ella, las oía pero no las escuchaba y se limitaba a contestarlas como una autónoma. Luis se acercó a ella y la arropó con una manta. Ella seguía inmóvil, ausente y ni siquiera reparó en él.
Estaba amaneciendo y Laura sentía la ausencia de su hija perforándole el corazón, no podía imaginar quien se la había llevado. De repente, la idea de que podía haber sido el duende apareció como un fogonazo en su cabeza. –Que tontería, eso es imposible – se corrigió ella misma entre dientes.
- Perdóneme Señora, pero ¿ se le ocurre que alguien de su entorno pudiera haberse llevado a la niña? – le preguntó uno de los agentes de policía que, cuaderno en mano, iba recabando datos por el jardín.
Luis se entrometió en la conversación – Piensa un poco, por Dios, Laura, a ver si esto es una venganza de alguno de esos tipos raros a los que defiendes –
Laura giró su cabeza y le lanzó una mirada furibunda que se fue convirtiendo en una mueca de desprecio y asco, que no pasó desapercibida para el policia.
–Luis, cállate, no digas más sandeces – respondió ella. Un pensamiento le revolvió, de repente, el estómago: Arturo Hidalgo...... un ramo de flores........ su dirección personal....... el interés mostrado por la foto de Diana.
- Laura se cubrió la cara con las manos y exclamó ¡¡¡0h, Dios mio!!!
(Continuará )
Luis repetía una y otra vez la misma versión a los agentes de policia: la niña se acostó a la hora de todos los días, no paso nada especial, todo era felicidad y armonía en la familia y descartaba que Diana se hubiese escapado, porque era muy pequeña y porque no tenía razones para ello.
Laura seguía en el jardín con la mirada perdida hacia el bosque que tenía delante. Estaba viviendo la peor de sus pesadillas, le resultaba tan difícil asimilar que Diana hubiese desaparecido que se resistía a creerlo. Esperaba que de un momento a otro, su hija apareciera por el jardín ajena a todo el despliegue policial, imploraba que fuera así, aunque algo en su interior le decía que no iba a ser tan fácil.
Parecía que las preguntas de la policía no iban con ella, las oía pero no las escuchaba y se limitaba a contestarlas como una autónoma. Luis se acercó a ella y la arropó con una manta. Ella seguía inmóvil, ausente y ni siquiera reparó en él.
Estaba amaneciendo y Laura sentía la ausencia de su hija perforándole el corazón, no podía imaginar quien se la había llevado. De repente, la idea de que podía haber sido el duende apareció como un fogonazo en su cabeza. –Que tontería, eso es imposible – se corrigió ella misma entre dientes.
- Perdóneme Señora, pero ¿ se le ocurre que alguien de su entorno pudiera haberse llevado a la niña? – le preguntó uno de los agentes de policía que, cuaderno en mano, iba recabando datos por el jardín.
Luis se entrometió en la conversación – Piensa un poco, por Dios, Laura, a ver si esto es una venganza de alguno de esos tipos raros a los que defiendes –
Laura giró su cabeza y le lanzó una mirada furibunda que se fue convirtiendo en una mueca de desprecio y asco, que no pasó desapercibida para el policia.
–Luis, cállate, no digas más sandeces – respondió ella. Un pensamiento le revolvió, de repente, el estómago: Arturo Hidalgo...... un ramo de flores........ su dirección personal....... el interés mostrado por la foto de Diana.
- Laura se cubrió la cara con las manos y exclamó ¡¡¡0h, Dios mio!!!
(Continuará )
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