Diana había desaparecido de la cocina en cuanto Chelo había anunciado que su padre había llegado. Su amigo el duende le había dicho que se pusiera a cubierto de las iras paternas y había seguido su consejo.
Se había refugiado en un rincón de su habitación y se había intentado camuflar poniendo la caja del duende delante.
Luis entró en la habitación, seguido de Laura y Chelo y se dirigió al rincón donde estaba Diana, retiró la caja que la tapaba, de una patada, la tomó del brazo con furia rayana a la violencia y la desplazó hasta el centro de la estancia.
- Esto se acabó – gritaba Luis – tus tonterías han llegado demasiado lejos, así que dime donde está ese duende y terminemos de una vez- Diana lloraba bajito, estaba tan atemorizada que no se atrevía a llorar más alto. Laura cogió a Diana en brazos intentando consolarla, mientras Chelo acariciaba rápida y nerviosamente las manos de la niña.
-Déjala donde estaba – gritó Luis a Laura que en ese momento, haciendo caso omiso a los gritos, se disponía a abandonar la habitación, con Diana en brazos y Chelo detrás.
Luis se abalanzó hacia la puerta y la cerró violentamente - De aquí no se mueve nadie, Diana, dime ahora mismo donde está tu amigo - Los ojos de Diana y de Laura se encontraron y se entendieron rápidamente. – En la caja ¿no?- contestó Laura y la niña asintió con la cabeza.
El cogió la caja y empezó a propinarle golpes y patadas, hasta que quedó completamente destrozada.
-Te has quedado sin amiguito, ¿ves? se acabó, cuando termines de llorar empiezas a buscarte amigos normales ¿estamos?-
-Estas loco – dijo Laura dirigiéndole una mirada llena de desprecio. –Vosotras si que estáis locas – respondió él – y me vais a volver loco a mi con vuestras mentiras. Pensabais que os podíais reír de mi, y soy yo el que me voy a reír de vosotras –
La luz empezó a apagarse y encenderse intermitentemente y los peluches de Diana repartidos en las estanterías empezaron, inexplicablemente, a estrellarse contra el suelo, como si una fuerza invisible los lanzara vigorosamente.
Luis respiraba con dificultad, estaba siendo presa de una crisis nerviosa. Laura seguía protegiendo entre sus brazos a Diana y Chelo, tras ellas, las cubría a las dos.
- Basta – gritaba Luis con todas sus fuerzas, Chelo clavó sus rodillas en el suelo y se puso a rezar. Diana se zafó de los brazos de su madre y se sentó en un extremo de su cama esperando que pasara la tempestad, lo que ocurrió a los pocos minutos.
Su padre, fuera de sí, se acercó a ella, le propinó un bofetón y abandonó la habitación.
Laura supo en ese momento que su relación con Luis había terminado, que ya no había vuelta atrás, ni posibilidad alguna de redención, esta vez, no habría una nueva oportunidad, ni las buenas palabras ni los gestos de cariño podrían reparar algo que estaba definitivamente roto.
(Continuará)
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