EL SUSURRO DEL DUENDE (18ª entrega)


-No sabía que te hiciera falta consultar jurisprudencia ¿para que la necesitas? – le preguntó Laura a Luis mientras desayunaban.

Luis levantó las cejas en señal de sorpresa y respondió –no se de qué me hablas –

- Anoche, el ordenador del despacho estaba encendido y en pantalla estaba el menú de mi base de datos de jurisprudencia, pensé que lo habías abierto tu - dijo Laura tras dar un sorbo a su taza de té.

- Pues no, yo no he sido, te lo habrás dejado encendido y no te acuerdas, me voy, cielo, que llego tarde – Luis se levantó de la mesa, dio un beso a Laura y salió rumbo a la vorágine diaria.

Laura permaneció aún un buen rato sentada disfrutando de su taza de té y de los pinos y álamos que veía desde la ventana, ligeramente abierta para poder escuchar la cantata matutina de los pitos reales y los chichipanes y respirar la frescura de la mañana.

Cerró los ojos por un instante y sin pretenderlo se trasladó al bosque de Cerezaledo, consiguió recrear hasta el ruido del agua corriendo en el arroyo y le vió a él, tumbado a su lado, jugando con un mechón de su pelo. Le imaginó la noche anterior, amándola, abrazándola, poseyéndola y ella, a cambio, entregándose por entero a él.

La sensación de una presencia a su lado, le hizo abrir los ojos. No había nadie. Volvió a cerrar los ojos, pero ya no consiguió traer la imagen de Roberto de nuevo.

Un color cuero con tendencia al amarillo se reflejó en sus párpados y supo que Chelo estaba llegando a casa.

Se levantó rápidamente y subió a la habitación a recoger su chaqueta, cuando salía, algo al final del pasillo le llamó la atención, la puerta del despacho estaba abierta y el ordenador, nuevamente, encendido. Se acercó hasta allí y comprobó con estupor que la base de datos de jurisprudencia, estaba abierta en la pantalla de nuevo.

La vida de Laura estaba salpicada de sucesos inexplicables pero nunca antes se habían sucedido tan seguidos en el tiempo. Después de todo iba a tener razón Chelo que iba a ser cosa de las ánimas, o por lo menos de fuerzas extrañas pertenecientes a otra dimensión, invisibles a sus ojos pero con capacidad de actuación en el mundo físico de los humanos.

Estaba claro que Chelo no había sido quien había encendido el ordenador, a duras penas sabía leer y escribir, difícilmente se iba a poner a consultar sentencias.

Otro tanto de lo mismo pasaba con Diana, que estaba aprendiendo a leer y escribir y aunque manejaba con extrema soltura el ordenador era evidente que no se iba a poner a leer resoluciones judiciales.

Ni tan siquiera era razonable que las consultara Luis, economista de formación y Consultor de profesión, que nada le aportaban para su trabajo.

¿Quién entonces estaba interesado en el criterio de los Tribunales?

(Continuará)

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