Allí estaba, oculta entre el taco de cartas que había dejado la cartera, enterrada entre facturas, cartas de Procuradores y la ingente publicidad que te promete el oro y el moro a cambio de que compres.
Venía en un sobre distinto, fuera del convencional por eso, quizá, me llamó la atención. Era una carta del Colegio de Abogados que me recordaba que este año cumplo 25 años en el oficio y con tal motivo me invitaban a una ceremonia organizada para la ocasión donde me entregarían un diploma a la vez que a mis colegas contemporáneos.
No cuenten conmigo para la ceremonia, no me gustan estos actos institucionales de pompa y boato y de culto al ego, donde un señor que no te conoce de nada te dedica un discurso cargado de frases rimbombantes sobre la consagración de tu vida a la abogacía y donde un grupo de colegas, a los que, a muchos de ellos, ni siquiera conoces, te aplauden a rabiar mientras sales a recoger el diploma. No, no, gracias, a mi no me pillan en una de estas.
Después de 25 años vistiendo la toga y escudriñando el alma humana, conviviendo con sus miserias y con sus grandezas, sólo creo en las celebraciones que salen del corazón, éstas no me las suelo perder, pero huyo, como de la peste, de los eventos de plexiglás que bajo su grandilocuente fachada no albergan nada.
Agradezco el gesto del Colegio Profesional pero agradecería más que en vez de darme un diploma por incombustible, pertinaz y madurita, me rebajaran la edad de jubilación, que una está ya muy trabajada.
Venía en un sobre distinto, fuera del convencional por eso, quizá, me llamó la atención. Era una carta del Colegio de Abogados que me recordaba que este año cumplo 25 años en el oficio y con tal motivo me invitaban a una ceremonia organizada para la ocasión donde me entregarían un diploma a la vez que a mis colegas contemporáneos.
No cuenten conmigo para la ceremonia, no me gustan estos actos institucionales de pompa y boato y de culto al ego, donde un señor que no te conoce de nada te dedica un discurso cargado de frases rimbombantes sobre la consagración de tu vida a la abogacía y donde un grupo de colegas, a los que, a muchos de ellos, ni siquiera conoces, te aplauden a rabiar mientras sales a recoger el diploma. No, no, gracias, a mi no me pillan en una de estas.
Después de 25 años vistiendo la toga y escudriñando el alma humana, conviviendo con sus miserias y con sus grandezas, sólo creo en las celebraciones que salen del corazón, éstas no me las suelo perder, pero huyo, como de la peste, de los eventos de plexiglás que bajo su grandilocuente fachada no albergan nada.
Agradezco el gesto del Colegio Profesional pero agradecería más que en vez de darme un diploma por incombustible, pertinaz y madurita, me rebajaran la edad de jubilación, que una está ya muy trabajada.
3 comentarios:
De todo corazón ¡¡felicidades jovencita!!, enhorabuena por estos años, que yo si espero que sean muchos más, por tu esfuerzo diario, tesón y trabajo que tantos deberían tomar como ejemplo.
Besos y abrazos grandotes.
P.D. De todas formas creo que te has ganado a pulso y con méritos el posible culto al ego, que de vez en cuando viene bien.
Primero: felicidades por los 25 años.
Segundo: bienvenida al club "ariscos sin fronterias" del que soy socio honorario.
Y...
Tercero: de jubilarse nada, quedan muchas batallas por librar.
Besos.
Es reconfortante descubrir que no eres tú la única, que hay más raros y ariscos por el mundo, que piensan que "tonterías las justas".
Besos
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