Estos días pasados en Londres he descubierto nuevas sensaciones, hasta ahora para mi desconocidas, como la de ser invisible, ahora entiendo lo que puede sentir un espectro que no sabe que lo es, cuando habla y no recibe respuesta. Claro que alguno puede pensar que no tiene nada que ver con los fantasmas sino con el mal uso del idioma, que también, pero, aunque así fuera, el chapurreo no esta reñido con la buena educación.
Los famosos modales de gentleman de los que tanto hacen gala los británicos, brillaron por su ausencia. Ya podían aprender los ingleses de Miguel, un “spanish gentleman” capaz de cambiar una cena en un restaurante con encanto por un kebab engullido a la intemperie en Leicester Square y no perder la compostura, ni siquiera cuando su pringosa salsa se escurre vertiginosamente por su abrigo, poniéndolo perdido.
A pesar de todo, no hay ejercicio mejor que viajar rodeado de buenos amigos, porque no hay ciudad que se resista a la risa sonora y contagiosa de Almudena ni al sentido de la orientación de Antonio, ni a un grupo de amigos reunidos en el Soho alrededor de un plato de rúcula debatiendo las diferencias entre los impulsivos, los compulsivos y los obsesivos.
Londres sigue teniendo ese olor a pared húmeda, recién pintada de temple, que tenía en el año 81, cuando aterricé en ella, con tan sólo 18 años para trabajar de au-pair y de paso asomarme al mundo y ponérmelo por montera si pintaba la ocasión.
Los famosos modales de gentleman de los que tanto hacen gala los británicos, brillaron por su ausencia. Ya podían aprender los ingleses de Miguel, un “spanish gentleman” capaz de cambiar una cena en un restaurante con encanto por un kebab engullido a la intemperie en Leicester Square y no perder la compostura, ni siquiera cuando su pringosa salsa se escurre vertiginosamente por su abrigo, poniéndolo perdido.
A pesar de todo, no hay ejercicio mejor que viajar rodeado de buenos amigos, porque no hay ciudad que se resista a la risa sonora y contagiosa de Almudena ni al sentido de la orientación de Antonio, ni a un grupo de amigos reunidos en el Soho alrededor de un plato de rúcula debatiendo las diferencias entre los impulsivos, los compulsivos y los obsesivos.
Londres sigue teniendo ese olor a pared húmeda, recién pintada de temple, que tenía en el año 81, cuando aterricé en ella, con tan sólo 18 años para trabajar de au-pair y de paso asomarme al mundo y ponérmelo por montera si pintaba la ocasión.
Guardo gratos recuerdos de aquella experiencia que me hizo madurar a pasos agigantados y que me hizo tomar un cariño especial a esta grandiosa ciudad que entonces me acogió y ahora ni siquiera se ha dado cuenta de que he vuelto.
2 comentarios:
Los tópicos sobre los pueblos es lo que tienen. Lo mismo pasa con el tópico inglés de la puntualidad, ni un tren llega a su hora. Por otro lado, en todos sitios se pierden los valores de antaño. A nuevas formas de vida, nuevos valores. Entre los europeos, esa educación y corrección que se convirtió en un tópico del caballero inglés, es hoy un distintivo de los ciudadanos alemanes. Y suizos. Allí sí que se palpa "otro" nivel de civilización que nosotros todavía no hemos alcanzado y que otros pueblos han perdido.
A veces tengo la impresión de que las nuevas formas de vida no traen consigo nuevos valores, sino nuevos usos muy alejados de los valores.
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