Nos queda poco del tan traido y llevado espíritu navideño, la crisis ha arrasado con todo, la económica ha recortado drásticamente las felicitaciones de navidad, que este año brillan por su ausencia y ha hecho desaparecer del mapa las liberalidades al uso, como las agendas que siempre caían por estas fechas y que nos permitían elegir entre varios formatos y colores para seguir día a día el nuevo año.
La otra, la de los valores, lleva haciendo estragos desde mucho antes que lo notaran nuestros bolsillos y nos trae un espíritu de la navidad de poliespan , que se agota con el villancico cantado frente al belén, con las luces del árbol o con el mazapán y los polvorones al toque de zambomba y pandereta.
No nos engañemos, nadie sentamos un pobre a nuestra mesa en Nochebuena porque nos mancharía el mantel de hilo, y nos revolvería el estomago verle beber en nuestra cristalería, comer en nuestra vajilla y meterse en su indigente boca nuestra cubertería de plata.
Preferimos cenar con la familia, como mandan los cánones, aunque tengamos con ella, menos cosas que compartir que con el pobre, pero, al fin y al cabo es una buena oportunidad para hacer resurgir viejos rencores, afilar nuestras uñas y comprobar si nuestra sonrisa hierática ante las estupideces sigue manteniendo la compostura o ya se asemeja más a una arcada.
Todos los años por estas fechas mi madre me persigue para ver que ponemos de cena y tras largas deliberaciones, siempre acabamos cenando lo mismo.
Todos los años por estas fechas, mis hijos se declaran en huelga de brazos caídos y se resisten a poner el belén porque ellos preferirían poner árbol y no tenemos.
Todos los años por estas fechas, a mi me gustaría dormirme el día 23 y despertarme el 26, con el espíritu de la navidad incólume, impoluto e intacto.
La otra, la de los valores, lleva haciendo estragos desde mucho antes que lo notaran nuestros bolsillos y nos trae un espíritu de la navidad de poliespan , que se agota con el villancico cantado frente al belén, con las luces del árbol o con el mazapán y los polvorones al toque de zambomba y pandereta.
No nos engañemos, nadie sentamos un pobre a nuestra mesa en Nochebuena porque nos mancharía el mantel de hilo, y nos revolvería el estomago verle beber en nuestra cristalería, comer en nuestra vajilla y meterse en su indigente boca nuestra cubertería de plata.
Preferimos cenar con la familia, como mandan los cánones, aunque tengamos con ella, menos cosas que compartir que con el pobre, pero, al fin y al cabo es una buena oportunidad para hacer resurgir viejos rencores, afilar nuestras uñas y comprobar si nuestra sonrisa hierática ante las estupideces sigue manteniendo la compostura o ya se asemeja más a una arcada.
Todos los años por estas fechas mi madre me persigue para ver que ponemos de cena y tras largas deliberaciones, siempre acabamos cenando lo mismo.
Todos los años por estas fechas, mis hijos se declaran en huelga de brazos caídos y se resisten a poner el belén porque ellos preferirían poner árbol y no tenemos.
Todos los años por estas fechas, a mi me gustaría dormirme el día 23 y despertarme el 26, con el espíritu de la navidad incólume, impoluto e intacto.
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