Ya había tomado la decisión de no ir a la cita, por eso intentó olvidar las palabras de la anciana castañera, pero no lo consiguió. Volvió a casa, se refugió en su habitación y encendió el ordenador con la intención de navegar por internet un rato y evadirse del pensamiento recurrente que la tenía atrapada.
No consiguió su objetivo y a medida que la tarde avanzaba se sentía más nerviosa. Probó a relajarse con música, pero tampoco surtió efecto, las palabras de la castañera le retumbaban cada vez, con más intensidad, en los oídos.
Miró el reloj, eran las 8, tras un profundo suspiro se puso en pie, sacó del armario los altísimos zapatos de ante negros que tenía reservados para las ocasiones, y el vestido negro que acababa de comprar, y se dispuso a prepararse para la cita.
Adornó su cuello y el escote del vestido con un collar de perlas, tomó su abrigo y salió en busca de su poeta urbano, aún a riesgo de encontrarse con alguien que no deseara.
Cuando llegó a la puerta del Café Vestal un escalofrío le recorrió la espalda y sintió por un instante deseos de salir corriendo.
El Café Vestal era desde hacía 50 años el lugar de encuentro de los intelectuales y artistas que habitaban el barrio. Tenía un aire bohemio y decadente, con sus mesas de mármol blanco, sus sillones de cretona roja y los espejos picados por el tiempo que adornaban sus paredes. La música en vivo de un violín suavizaba todos sus rincones.
Ángeles entró en el local y se dispuso a buscar entre las mesas y sus ocupantes al poeta urbano, buscaba a Nacho pero deseaba con todas sus fuerzas que no fuera él. Estaba llegando a las últimas mesas cuando, una pequeña orquídea y un libro de Rilke “Cartas a un joven poeta” captaron toda su atención.
Continuará ....................................
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