Los semáforos no estaban de su parte esa mañana. Todos le habían tocado en rojo. El tráfico era más denso que otros días y los coches atrapados en el atasco, intentaban inútilmente avanzar, cambiando de carril, desgañitándose a través de sus bocinas cuando comprobaban que habían ido a parar al más lento.
No sabía porque extraña razón, estar atrapada en un atasco le producía tal estado de ansiedad. Laura había vivido siempre en Madrid, estaba acostumbrada al barullo y a las aglomeraciones, pero cada día lo soportaba peor. Intentó convencerse de que no pasaba nada si llegaba tarde al despacho, al fin y al cabo ella era la titular junto con Esteban Herrera, un abogado sesentón, de vuelta de todo, capaz de disfrutar aún de la profesión y con el que llevaba compartiendo despacho y vivencias casi una década.
Era capaz de mantener a raya el stress de vivir sometida a unos implacables plazos procesales, y de nadar entre tiburones diariamente, pero en cambio perdía los nervios ante un simple atasco. Pensó que tal vez sería buena idea irse el fin de semana a la montaña y cambiar de aires.
Saludo a Damián, el portero de la finca, que le esperaba como todos los días para entregarle el correo y tomó el ascensor rumbo a la jungla de papeles y conflictos que le esperaban en su mesa.
Entró como un relámpago, diciendo –Buenos días a todos- mientras trotaba hacía su despacho, al fondo del pasillo.
Varias obras de pintura abstracta de artistas noveles cubrían las paredes, tan sólo un pequeño rincón escondido del despacho exhibía sus títulos profesionales. Dos grandes ventanales y varias plantas con ambiciones de alcanzar el techo, convivían pacíficamente con una pesada estantería cargada de tomos de jurisprudencia. En el centro, una pequeña mesa de reuniones invitaba al dialogo y a la confesión, y al fondo, la mesa de trabajo de Laura, siempre cubierta de papeles, sumida en un aparente caos bajo el que se escondía un invisible orden que le permitía saber donde estaba cada cosa en cada momento.
El resultado era una estancia agradable, incluso acogedora, dentro de lo acogedor que puede resultar el despacho de un abogado y sobre todo llena de vida.
No se había sentado todavía cuando entró Marga, su secretaria y le dio varios recados urgentes.
- Te ha llamado Cristina Rubio, que la llames, por favor, que dice que no le haces ni caso y que tiene novedades que contarte-
- Llamó Cesar López, que le llames, que es muy urgente, que necesita venir a verte porque su ex mujer no le deja ver a su hija. –
- Te ha llamado Natalia González, compañera tuya, sobre un juicio, que tenéis mañana, que la llames antes de las 11:00 porque se tiene que ir –
- También ha llamado Ricardo Gordón, preguntando como va su asunto –
-¿Y no ha llamado nadie diciendo que lo suyo puede esperar, que no nos preocupemos?- exclamó Esteban Herrera, desde el marco de la puerta.
Marga esbozó una media sonrisa sarcástica y no contestó, dejó los avisos en la mesa de Laura y salió del despacho cerrando la puerta.
- Mas vale que sobre que no que falte- dijo Esteban observando detenidamente el rostro de Laura – Tienes mala cara – prosiguió.
- Un atasco me ha chupado la poca energía que tenía esta mañana –
Laura pensaba seguir contándole que no soportaba la actitud de Luis con Diana, que estaba harta de tanto reproche, que se sentía tremendamente sola, que se pasaba la vida resolviendo los problemas de los demás y no era capaz de solucionar los propios, pero no lo hizo, tan sólo suspiró y señalando con el mentón a Esteban le invitó a que le contara el motivo de su visita.
- Hoy he quedado con un tal Arturo Hidalgo, que necesita nuestros servicios, pero no ha querido adelantarme por teléfono qué es lo que quiere, ante mi insistencia sólo me ha apuntado que es un trabajo que nos hará ganar mucho dinero.- Esteban hablaba con tono grave – Quiero que estés presente en esa reunión, no me ha gustado el tipo. Le pregunté como había dado con nosotros y me dijo que los Cantalapiedra nos recomendaron.-
- ¿y porque no llamas a los Cantalapiedra para que nos den referencias de él? – apuntó Laura.
- ya lo he hecho, y no le conocen- contestó Esteban.
(Continuará)
No sabía porque extraña razón, estar atrapada en un atasco le producía tal estado de ansiedad. Laura había vivido siempre en Madrid, estaba acostumbrada al barullo y a las aglomeraciones, pero cada día lo soportaba peor. Intentó convencerse de que no pasaba nada si llegaba tarde al despacho, al fin y al cabo ella era la titular junto con Esteban Herrera, un abogado sesentón, de vuelta de todo, capaz de disfrutar aún de la profesión y con el que llevaba compartiendo despacho y vivencias casi una década.
Era capaz de mantener a raya el stress de vivir sometida a unos implacables plazos procesales, y de nadar entre tiburones diariamente, pero en cambio perdía los nervios ante un simple atasco. Pensó que tal vez sería buena idea irse el fin de semana a la montaña y cambiar de aires.
Saludo a Damián, el portero de la finca, que le esperaba como todos los días para entregarle el correo y tomó el ascensor rumbo a la jungla de papeles y conflictos que le esperaban en su mesa.
Entró como un relámpago, diciendo –Buenos días a todos- mientras trotaba hacía su despacho, al fondo del pasillo.
Varias obras de pintura abstracta de artistas noveles cubrían las paredes, tan sólo un pequeño rincón escondido del despacho exhibía sus títulos profesionales. Dos grandes ventanales y varias plantas con ambiciones de alcanzar el techo, convivían pacíficamente con una pesada estantería cargada de tomos de jurisprudencia. En el centro, una pequeña mesa de reuniones invitaba al dialogo y a la confesión, y al fondo, la mesa de trabajo de Laura, siempre cubierta de papeles, sumida en un aparente caos bajo el que se escondía un invisible orden que le permitía saber donde estaba cada cosa en cada momento.
El resultado era una estancia agradable, incluso acogedora, dentro de lo acogedor que puede resultar el despacho de un abogado y sobre todo llena de vida.
No se había sentado todavía cuando entró Marga, su secretaria y le dio varios recados urgentes.
- Te ha llamado Cristina Rubio, que la llames, por favor, que dice que no le haces ni caso y que tiene novedades que contarte-
- Llamó Cesar López, que le llames, que es muy urgente, que necesita venir a verte porque su ex mujer no le deja ver a su hija. –
- Te ha llamado Natalia González, compañera tuya, sobre un juicio, que tenéis mañana, que la llames antes de las 11:00 porque se tiene que ir –
- También ha llamado Ricardo Gordón, preguntando como va su asunto –
-¿Y no ha llamado nadie diciendo que lo suyo puede esperar, que no nos preocupemos?- exclamó Esteban Herrera, desde el marco de la puerta.
Marga esbozó una media sonrisa sarcástica y no contestó, dejó los avisos en la mesa de Laura y salió del despacho cerrando la puerta.
- Mas vale que sobre que no que falte- dijo Esteban observando detenidamente el rostro de Laura – Tienes mala cara – prosiguió.
- Un atasco me ha chupado la poca energía que tenía esta mañana –
Laura pensaba seguir contándole que no soportaba la actitud de Luis con Diana, que estaba harta de tanto reproche, que se sentía tremendamente sola, que se pasaba la vida resolviendo los problemas de los demás y no era capaz de solucionar los propios, pero no lo hizo, tan sólo suspiró y señalando con el mentón a Esteban le invitó a que le contara el motivo de su visita.
- Hoy he quedado con un tal Arturo Hidalgo, que necesita nuestros servicios, pero no ha querido adelantarme por teléfono qué es lo que quiere, ante mi insistencia sólo me ha apuntado que es un trabajo que nos hará ganar mucho dinero.- Esteban hablaba con tono grave – Quiero que estés presente en esa reunión, no me ha gustado el tipo. Le pregunté como había dado con nosotros y me dijo que los Cantalapiedra nos recomendaron.-
- ¿y porque no llamas a los Cantalapiedra para que nos den referencias de él? – apuntó Laura.
- ya lo he hecho, y no le conocen- contestó Esteban.
(Continuará)
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