EN BUSCA DEL SILENCIO


El ruido produce efectos devastadores en mi persona. Mi grado de tolerancia hacia la música que suena a todo volumen, o hacia los gritos es cero. La ausencia de silencio me hace perder el equilibrio y me hace encarnar los peores humores que habitan en el ambiente.

La televisión toda la tarde encendida, ruido constante, mi familia totalmente abducida por la caja tonta, también denominada “succionador de cerebros”, imposible entablar comunicación con ninguno de ellos, todas mis preguntas quedan sin respuesta, ellos alegan que no me oyen y yo mantengo que no me escuchan. El mal humor se acomoda a mi lado para pasar la tarde juntos.

Salgo a dar un paseo en busca del silencio y emprendo una marcha a paso ligero a ver si el mal humor se cansa y me abandona en la primera esquina. El aire frío del atardecer acaricia mi frente y refresca mis pensamientos, pero no consigue alejar al invasor que sigue agarrado con fuerza a mi persona.

Me refugio en una Iglesia cercana con la esperanza de que el mal humor se aburra y se vaya y yo consiga concentrar mi atención en ese ansiado silencio. En su interior me encuentro una voz en off enlatada, que repite sin cesar las Letanías de la Virgen María, y una docena de personas diseminadas por los bancos que contestan mecánica y lánguidamente “ruega por nosotros”. Salgo de allí como alma que lleva el diablo, acompañada, como no, de mi mal humor que, a estas alturas, se ha hecho como de la familia.

Vuelta a casa, me aíslo en una habitación, huyendo de las voces estridentes que salen de la televisión, pero es inútil, entran conmigo en el cuarto, martilleando mis oídos. Tras unos minutos, se produce el milagro, no hay ruidos, no se escucha la televisión, mis músculos se sueltan, mi cuerpo se relaja y mi cabeza empieza a despejarse. El mal humor se va diluyendo, poco a poco, hasta que no queda rastro de él y el silencio va ocupando su lugar.

Cuando hace treinta años, una compañera de clase en COU, me escribió una poesía en una caja de cerillas, no comprendí nada de lo que decía su poema, hoy, en cambio, sus palabras cobran vida en mí :

“Que silencio, que silencio tan claro y detenido, alrededor de ti está el silencio, silencio de altas cumbres, silencio de metal bruñido”

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