La mañana no podía haber empezado más movida, el teléfono no para de sonar y yo intentando concentrarme en estos recursos contenciosos-administrativos que me traen por la calle de la amargura.
Cuando por fin parece que empiezo a entender algo de las especificaciones técnicas de unos aparatos surtidores, que para poder explicarlas al juez primero tengo que entender yo, porque sino a ver como le convenzo de que funcionan perfectamente, vuelve a sonar el teléfono con machacona insistencia, una urgencia al otro lado de la línea ¿urgencia? ¿de verdad que es una urgencia?.
Lo cierto es que por enésima vez he perdido el hilo de lo que estaba haciendo, y ahora tengo que volver a repasar el sistema de medida de los “aparatitos” en cuestión, que a estas alturas de la mañana y tras tantas interrupciones, se han convertido en una materia inabordable próxima a alcanzar la categoría de pesadilla.
Y es que así no se puede trabajar, no señor, porque si no consigo centrarme y comprender la esencia de estos diabólicos artilugios, acabaré haciendo un relato ininteligible al estilo “Antonio Ozores” y el juez, por poco interés que le ponga al asunto, se dará cuenta de que no se por donde me ando.
A pesar de que tengo muy claro que la clave está en centrarse cada vez en una única tarea, y cuando la remate, empezar con la siguiente como si también fuera la única, y así sucesivamente, no consigo llevarlo a la práctica, es una de mis asignaturas pendientes, pocas veces logro cumplir la agenda diaria, siempre surge algún fuego que apagar, que cuando me dispongo a sofocarlo, en la mayoría de las ocasiones, resulta que ni siquiera tenía llama y otras veces ni siquiera había empezado a salir humo.
Al final, destino la mañana del domingo para hacerme tanto con los aparatos surtidores, como con la evidencia de que el único fuego que necesito apagar, so pena de morir abrasada en él, es el de mi sistema de trabajo.
Cuando por fin parece que empiezo a entender algo de las especificaciones técnicas de unos aparatos surtidores, que para poder explicarlas al juez primero tengo que entender yo, porque sino a ver como le convenzo de que funcionan perfectamente, vuelve a sonar el teléfono con machacona insistencia, una urgencia al otro lado de la línea ¿urgencia? ¿de verdad que es una urgencia?.
Lo cierto es que por enésima vez he perdido el hilo de lo que estaba haciendo, y ahora tengo que volver a repasar el sistema de medida de los “aparatitos” en cuestión, que a estas alturas de la mañana y tras tantas interrupciones, se han convertido en una materia inabordable próxima a alcanzar la categoría de pesadilla.
Y es que así no se puede trabajar, no señor, porque si no consigo centrarme y comprender la esencia de estos diabólicos artilugios, acabaré haciendo un relato ininteligible al estilo “Antonio Ozores” y el juez, por poco interés que le ponga al asunto, se dará cuenta de que no se por donde me ando.
A pesar de que tengo muy claro que la clave está en centrarse cada vez en una única tarea, y cuando la remate, empezar con la siguiente como si también fuera la única, y así sucesivamente, no consigo llevarlo a la práctica, es una de mis asignaturas pendientes, pocas veces logro cumplir la agenda diaria, siempre surge algún fuego que apagar, que cuando me dispongo a sofocarlo, en la mayoría de las ocasiones, resulta que ni siquiera tenía llama y otras veces ni siquiera había empezado a salir humo.
Al final, destino la mañana del domingo para hacerme tanto con los aparatos surtidores, como con la evidencia de que el único fuego que necesito apagar, so pena de morir abrasada en él, es el de mi sistema de trabajo.
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