LA HUELLA DEL MIEDO

Foto: Movimente.-Galeria Flickr

Llevaba casi un año dando bandazos, cuando alguien le recomendó que viniera a verme. Se sentó nerviosa al abrigo de mi mesa de cristal, y empezó a hablar atropelladamente, como si quisiera pasar el trago cuanto antes y así, ni ella misma se diera cuenta de lo que sus palabras significaban.

Casi no podía respirar, ni tampoco respirarse, estaba sola, y cansada, muy cansada de gritar su desesperación. Le costó trabajo darse cuenta, no quería aceptar que había pasado, no podía soportarlo. Su niña, su retoño, le había confesado lo inconfesable. Todos decían que mentía, pero ella sabia que no era así. Lloraba sin lágrimas, con un hilo de voz tenue para no oírse decir que no había podido impedir que el padre siguiera ejerciendo el régimen de visitas con su niña. Su llanto iba ahogando su voz cuando relataba como su retoño le pedía que no le dejara ir con él.

El miedo se le había pegado a la piel y le había invadido las entrañas, no le dejaba pensar, ni moverse, ni cortarle los huevos a ese mal nacido, al que , a pesar del divorcio, se resistía a sacar de su vida. “Mi hija necesita un padre” , me dijo. “Si, pero un buen padre, no lo que tiene” le respondí.

No puedo librar una batalla contra su miedo, él es mucho más poderoso que mis consejos. La frustración y la impotencia se apoderan de mi y me hacen nuevamente preguntarme sobre qué diabólico mecanismo permite que una persona con formación y económicamente independiente, se convierta en un títere de su agresor consintiendo que arroje su vida y la de su hija a una cloaca.

2 comentarios:

Elena dijo...

Tú lo has puesto como título: el miedo, aunque yo quizás diría "los miedos".
Es terrible.

ESPERANZA dijo...

Es terrible, si y además la impotencia que sientes de no poder ayudarla porque previamente ella necesita traspasar sus miedos