En estos tiempos de crisis que vivimos, abundan los desencuentros, la crispación y los despidos. Las empresas sueltan lastre para sobrevivir y aprovechan la ocasión para quitarse de en medio a ese empleado al que le tenían ganas desde hace tiempo, o a aquel que lleva toda la vida en la empresa y aprovechando la feliz circunstancia de que la cosa esta mal, se le pone de patitas en la calle, con la mitad de lo que costaría echarle con todas las bendiciones.
Se le despierta entonces al ex empleado la bestia que lleva dentro y salen a la luz todos los reproches que permanecían dormidos hasta entonces, convirtiéndose en un odio acérrimo hacia esa empresa en la que se ha dejado la vida y que a cambio le ha sacado los higadillos a la primera oportunidad.
Es ahí cuando entra el abogado, cargado de razones, planes de viabilidad y números si va de parte de la empresa o como zorro justiciero y azote del capitalismo si al que defiende es al trabajador.
El abogado es un actor que representa un papel u otro dependiendo en que lado del escenario le toca actuar, y así como un buen actor tiene que meterse en el personaje para poder interpretarlo, el letrado tiene que creerse lo que defiende, para llevar con éxito un asunto. Desde el escenario vemos como, a veces, las razones son tan sólo caprichos y otras veces el empleado despedido es un lobo con piel de cordero.
Se le despierta entonces al ex empleado la bestia que lleva dentro y salen a la luz todos los reproches que permanecían dormidos hasta entonces, convirtiéndose en un odio acérrimo hacia esa empresa en la que se ha dejado la vida y que a cambio le ha sacado los higadillos a la primera oportunidad.
Es ahí cuando entra el abogado, cargado de razones, planes de viabilidad y números si va de parte de la empresa o como zorro justiciero y azote del capitalismo si al que defiende es al trabajador.
El abogado es un actor que representa un papel u otro dependiendo en que lado del escenario le toca actuar, y así como un buen actor tiene que meterse en el personaje para poder interpretarlo, el letrado tiene que creerse lo que defiende, para llevar con éxito un asunto. Desde el escenario vemos como, a veces, las razones son tan sólo caprichos y otras veces el empleado despedido es un lobo con piel de cordero.
En cualquier caso, en estos tiempos revueltos que nos toca vivir, hay que ser prudentes y medir con extrema cautela tanto el interés por despedir como el interés por ser despedido. Ya lo apuntaba San Ignacio de Loyola : “En tiempo de tribulaciones no hacer mudanza”.
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