Lo mismo me pasa a mi, es ponerme las zapatillas e invadirme una sensación de absoluta tranquilidad y descanso. En ese momento me apeo del mundo, mi cuerpo se relaja, y mi cerebro se dispone a descansar, alcanzando unos instantes de felicidad.
La verdad es que no se me había ocurrido, pero puedo usar mis zapatillas como terapia: cada vez que las dificultades me intenten devorar, ¡zas! saco los zapatillas, allí donde esté y asunto arreglado. Claro que puede quedar un poquito raro que en medio de un juicio, me quite los zapatos y me ponga las zapatillas, no desentonarían mucho porque son negras por fuera, pero tal y como se las gastan nuestros jueces, a lo mejor se lo toman como una provocación.
Me gustaría ver la cara de los asistentes a esas reuniones en las que participo a menudo, en las que abundan abogados con gemelitos de oro y corbatas de Hermes y donde se corta la tensión con cuchillo y tenedor, si de repente, me levantara y les dijera: “Me vais a perdonar pero me voy a poner mis zapatillas de andar por casa porque es mi mejor medicina cuando me irrito” y una vez que las tuviera puestas y antes de que consiguieran salir de su asombro, concluiría con una gran sonrisa: “Ya podéis seguir diciendo sandeces y vendiéndome la mula coja como una yegua de pura raza que no lo vais a conseguir, perdéis el tiempo” Todo esto sin inmutarme y en un estado de absoluta paz. Viviría, sin duda, un momento de éxtasis sin parangón..
He encontrado un filón con mis zapatillas, seguiré buscando sus aplicaciones terapéuticas que seguro que son infinitas. ¡Chico listo este Pavlov!.