Y
allí sigue, en silencio, acumulando polvo, junto al proyector de cine, el barco
pirata y la nave espacial, la innombrable y culpable pistola del abuelo. Desde
aquel día en que se le disparó mientras la limpiaba, no levantamos cabeza. La
bala fue a parar a la frente de la abuela y la transformó en una niña
caprichosa y malcriada. Mi madre enloqueció al ver que le habían arrebatado su
papel. Mi padre la ingresó en un manicomio y la cambió por su secretaria que, a
la segunda noche en casa, se coló en mi cama y aún no ha salido. Todos me miran
mal, hasta el jilguero, de haberlo sabido le regalo una dentadura postiza, no
un arma.
Concierto de Emociones
Hace 3 semanas