Pertenezco a una generación que nos hemos trabajado paso a paso nuestro porvenir, nada se nos ha regalado, el esfuerzo y la constancia eran valores en alza y el canal necesario para alcanzar nuestros sueños.
Añorábamos muchas cosas que no teníamos y disfrutábamos con su simple contemplación ya que, en el fondo, sabíamos que nunca serían nuestras.
Recuerdo aquellos zapatos de gitana, rojos con lunares blancos, que destacaban entre todos los demás, tras el escaparate de “Los Guerrilleros”. Tantas veces pasaba, tantas me paraba a contemplarlos e imaginarlos míos. ¡hubiera dado cualquier cosa por tenerlos!. Lo mismo ocurría con la casa de muñecas que vivía en el escaparate de aquella tienda de juguetes de la calle Elfo, parada obligatoria todos los domingos de vuelta a casa, tras haber ido a misa de doce. Una de las primeras frustraciones que recuerdo, fue la que experimenté el domingo en el que comprobé que mi juguete preferido ya no estaba.
Estas sensaciones son desconocidas para mis hijos, porque siempre han tenido aquello que han deseado, mucho antes de que el deseo se convierta en anhelo, y no han tenido, hasta ahora, que esforzarse para conseguir lo que quieren, porque aquí estamos sus padres, para proporcionarles todo aquello que nosotros no tuvimos.
Procuramos que nuestros retoños vivan entre algodones, para que no sufran, para que no les hagan daño, para que no les falte de nada………..para que sean ¿felices?, y con estos ingredientes aderezados de una buena dosis de permisividad y una pizca de falsa camaradería entre padres e hijos, conseguimos el prototipo de la generación actual: jóven inmaduro, inseguro y deprimido ante la primera adversidad que la vida le presenta.
Solo hay que observar la cola para hacer la matricula de cualquier Facultad y ver que, entre quienes la forman, predominan los padres y no los hijos que supuestamente van a ingresar en la Universidad ¿Dónde están ellos?.
Si cuando yo entré en Derecho, allá por el año 80, hubiese sido mi padre el que me matriculara y no yo, habría sufrido en mis carnes todo tipo de mofas y hubiera sido señalada con el dedo mayoritaria y públicamente, por los siglos de los siglos.
Y es que nos hemos empeñado en utilizar a nuestros hijos para saldar nuestras más profundas frustraciones. Le voy a comprar a Ana unos zapatos de gitana, si ella no sabe porqué, yo si. Continuará……………………………
Añorábamos muchas cosas que no teníamos y disfrutábamos con su simple contemplación ya que, en el fondo, sabíamos que nunca serían nuestras.
Recuerdo aquellos zapatos de gitana, rojos con lunares blancos, que destacaban entre todos los demás, tras el escaparate de “Los Guerrilleros”. Tantas veces pasaba, tantas me paraba a contemplarlos e imaginarlos míos. ¡hubiera dado cualquier cosa por tenerlos!. Lo mismo ocurría con la casa de muñecas que vivía en el escaparate de aquella tienda de juguetes de la calle Elfo, parada obligatoria todos los domingos de vuelta a casa, tras haber ido a misa de doce. Una de las primeras frustraciones que recuerdo, fue la que experimenté el domingo en el que comprobé que mi juguete preferido ya no estaba.
Estas sensaciones son desconocidas para mis hijos, porque siempre han tenido aquello que han deseado, mucho antes de que el deseo se convierta en anhelo, y no han tenido, hasta ahora, que esforzarse para conseguir lo que quieren, porque aquí estamos sus padres, para proporcionarles todo aquello que nosotros no tuvimos.
Procuramos que nuestros retoños vivan entre algodones, para que no sufran, para que no les hagan daño, para que no les falte de nada………..para que sean ¿felices?, y con estos ingredientes aderezados de una buena dosis de permisividad y una pizca de falsa camaradería entre padres e hijos, conseguimos el prototipo de la generación actual: jóven inmaduro, inseguro y deprimido ante la primera adversidad que la vida le presenta.
Solo hay que observar la cola para hacer la matricula de cualquier Facultad y ver que, entre quienes la forman, predominan los padres y no los hijos que supuestamente van a ingresar en la Universidad ¿Dónde están ellos?.
Si cuando yo entré en Derecho, allá por el año 80, hubiese sido mi padre el que me matriculara y no yo, habría sufrido en mis carnes todo tipo de mofas y hubiera sido señalada con el dedo mayoritaria y públicamente, por los siglos de los siglos.
Y es que nos hemos empeñado en utilizar a nuestros hijos para saldar nuestras más profundas frustraciones. Le voy a comprar a Ana unos zapatos de gitana, si ella no sabe porqué, yo si. Continuará……………………………
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