Mis amigos me reprochan que tenga tan abandonado el blog que no publique ni los premios que me dan. Y lo peor de todo es que tienen razón. Este relato que cuelgo a continuación se llevó este verano el tercer premio del I Concurso de Microrrelatos de Territorio Artlanza. A ellos se lo dedico.
El tema era el mundo rural inspirándose en los pueblos contados por Miguel Delibes y en la naturaleza de Félix Rodríguez de la Fuente.
Para Ángeles y Jose
Allá
donde se forjan los sueños
Dicen
en la plaza que lo mío es el hierro, siempre lo ha sido. No hay nada
que me inspire más que el eco del golpe certero sobre el yunque para
exprimir la ternura del metal. Donde otros ven chatarra y desechos,
yo veo esculturas que esperan ser destapadas, arte en estado puro que
moldeo y muestro al mundo. Siempre que puedo me encierro en el taller
a crear mi propio universo de hierro. Me gusta imaginar qué hubiera
sido de mí si me hubiera ido a vivir a la gran ciudad, cierro los
ojos, pero me cuesta transportarme lejos de estos paisajes donde
descansa mi vista; de los robles que llevan tatuados en su piel mis
historias de amor; de esos cielos limpios y azules que me sirven de
sombrero y de esa águila real majestuosa que planea sobre mi cabeza
cada vez que me subo al cerro a ver caer la tarde. Lo intento de
nuevo, e imagino mis trabajos expuestos en una importante sala de
arte de la capital, pero mi mente vuelve una y mil veces aquí, a mi
pueblo, a las tardes de verano tejidas a ganchillo y siestas, para
ser jugadas al tute después; a los campos de cereales dorados
mesados por el viento. Cierro los ojos por tercera vez, y me aferro
con más fuerza a la imagen del triunfo en la gran urbe. Es inútil,
no puedo dejar de imaginar a mis musas atrapadas en un ascensor,
languideciendo con la contaminación y las prisas. No lo intento más,
ellas son felices corriendo tras las gallinas y chapoteando en el rio
y yo sacando el arte que esconde cada pieza de hierro que cae en mis
manos. Cuando llega la noche, las invito a que se acurruquen en mi
regazo y juntos contemplamos el manto de estrellas que nos cubre
mientras escuchamos, a lo lejos, el canto de una lechuza.