Siempre me ocurre lo mismo cuando me pongo a parir una felicitación de navidad, sólo consigo escupir sapos y culebras incómodas e inconvenientes. De hecho acabo de escribir un retrato tan ácido de estas fiestas que hasta el papel, que lo soporta todo, se ha estremecido.
Buscando ese punto de equilibrio entre la protesta y los buenos deseos, este año, me paro en los que sobrecogen mi alma, en los que me calan hasta las entrañas y se convierten en un aldabonazo para mi conciencia.
Buscando ese punto de equilibrio entre la protesta y los buenos deseos, este año, me paro en los que sobrecogen mi alma, en los que me calan hasta las entrañas y se convierten en un aldabonazo para mi conciencia.
A los que la suerte les dio la espalda hace tanto tiempo que ya no recuerdan el sabor de la alegría.
A los que han perdido el calor de su hogar y ahora buscan un plato caliente en los comedores de beneficencia.
A los que por más que cuentan y vuelven a contar, no llegan a fin de mes.
A los que la crisis les ha dejado sin trabajo, sin autoestima y sin ilusión.
A los que apenas les quedan fuerzas para seguir tirando de ese carro que cada día pesa más y vale menos.
A todos ellos, les deseo que encuentren en su camino la mano que les ayude, la palabra que les sane, el abrazo que les consuele y la fuerza y el coraje para descubrir que otra realidad es posible.
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