¡RÍETE, TONTO!

Nació siendo un tipo serio. Tardó dos años en esbozar su primera sonrisa y ya tenía cinco cuando se arrancó con una carcajada. Después de estos prometedores comienzos ya no tuvo ningún otro conato risueño ni falta que le hacía hasta el pasado Viernes en el que, después de muchos meses de malestar general y  pruebas médicas, el doctor le dio el remedio.

─Necesita usted reírse, caballero.

─Preferiría no hacerlo─ le confesó él.

─Pues morirá usted en poco tiempo abatido por el peso de la seriedad─ concluyó el médico.

Lo intentó primero ante el espejo, pero la fuerza de la gravedad había ejercido ya un poder incuestionable sobre las comisuras de sus labios, después frecuentando espectáculos cómicos, que no le hacían ninguna gracia para terminar haciendo unos ruidos guturales en el sofá que parecían más la invocación de un totonaca al dios de la lluvia que una risa.
Decidió terminar con su vida, antes de que ésta terminara con él y se lanzó al abismo por un acantilado. Mientras caía le sobrevino un golpe de risa sonora y liberadora y descubrió que estaba curado... a dos palmos del suelo.

Esta es mi contribución de este mes a ENTC bajo la consigna de "Preferiría no hacerlo". He de confesar que tiene una pequeña modificación al final en relación con el que concursa, tras las sugerencias hechas por Fernando Martínez y Yolanda Nava.    

SE OFRECE


    Ahí estaba yo, buscando en el espejo al abogado de éxito, al hombre felizmente casado y padre recién estrenado al que la suerte le sonreía, pero solo encontré al ser hundido que no  superó el abandono de su mujer llevándose al bebé y dejándole con una depresión que le alejó de la profesión, la misma que le echó en los brazos de los socios capitalistas del despacho que iniciaron una persecución contra él por el lucro cesante y no pararon hasta conseguir el embargo de todos sus bienes.

Me resultaba difícil reconocer que ese  mendigo que se reflejaba en un espejo roto de bordes afilados era yo. Pretendía usarlo en mis muñecas para  terminar con el indigente que era pero resurgió el letrado que fui para impedir la catástrofe.

Busco trabajo, inmejorables referencias.


(Este fue mi intento fallido en el Concurso del mes pasado de Abogados. Había que incluir en el texto cinco palabras:lucro, embargo, persecución, espejo, bebé. Está visto que nadie es profeta en su tierra

GANADORA EN RADIO CASTELLON



A veces la flauta suena justo cuando leen tu relato y hoy Nicanor "El Triste" volvió  a sonreír y a cantar por  bulerías...


Todos sabían que a la señal  del canto del gallo en la Plaza Mayor tomarían las calles, desenmascararían al cacique y a sus secuaces  y recuperarían el poder para el pueblo. No contaron con que una orgía y mucho alcohol tumbaran al cantaor la noche anterior. Desde entonces, Nicanor "El Gallo" solo se atrevió con los quiebros y lamentos pasando a la historia con el sobrenombre de "El Triste". 


UNA GORRA SIN NOMBRE



Cada mañana al levantarse cogía un currusco de pan y salía a la calle. Iba en busca de un pájaro al que batir con su tirachinas,  una lagartija a la que cortarle el rabo o unas hortalizas que arrancar en un huerto ajeno. Cuando los otros salían del cole, abordaba a los más pequeños quitándoles las monedas que llevaban, luego iba a buscar a Gabriela y le daba unas cuantas  para que se bajara las bragas.

Casi todos los días terminaba tirando su rabia al lago en forma de piedra: una por el padre que le cambió por el alcohol; otra por la madre que osó morirse cuando sólo tenía dos años; la tercera por la caricia que no conocía, la cuarta por los amigos que nunca tuvo y así hasta que ya no tenía con qué matar la rabia. Pero la semana pasada le ocurrió algo singular: cada piedra que lanzaba al lago le era misteriosamente devuelta, para mostrar quien era el amo tomo una de grandes dimensiones y la lanzó al agua, ésta se levantó en forma de ola y le engulló. No quedó ni rastro de él, tan sólo su gorra flotando en la superficie.

Nadie le echa de menos, incluso algunos agradecen su ausencia, diría yo.

Nunca averigüé como se llamaba por aquello de que lo que no tiene nombre no existe.