MENÚ DEL DÍA




De la rutina insípida de su oficina discurre la cena: sopa de primero salpimentada por la ineptitud del jefe; de segundo plato, un revuelto de champiñones con cierre de empresa, servido con  guarnición de patatas  sin un duro y de postre la pobre chica de recepción, que no tiene donde caerse muerta.  No toma café,  últimamente le quita el sueño, igual que a mí  esos restos de carmín de su cuello que ya ni se molesta en borrar.

(Esta fue una de mis propuesta para ReC esta semana, con la frase de partida "De la rutina insípida de su oficina..." )  

CYBERBABY




De corazón y científicamente, me da igual cómo lo mires, pero la respuesta sigue siendo no. Compréndelo, no puedo aparearme con una máquina y engendrar un humanoide, pondría  en peligro a mi especie. Además, me da no sé qué retozar con un software con cuerpo de aluminio y eso que …¡vaya piernas!

¡Qué no! ¡Qué no! entiéndelo, yo quiero un hijo de carne y hueso que cuando se haga una herida le salga sangre y no chispas.

¡Qué senos tan turgentes! En fin, todo sea por la evolución tecnológica de nuestra galaxia,  pero…  ¡la guarda y custodia te la quedas tú! 

MIS PRIMEROS VERSOS



Nunca me atreví con la poesía, siempre me parecieron palabras mayores, pero anoche estaba dispuesta a ponerme el mundo por montera y escribí mis primeros versos:

Un poema de amor, una pasión delirante, un éxtasis rayano al desmayo, una promesa de eternidad y la muerte de ella cuando se le quebró el corazón al no resistir tanta grandeza.

Esta mañana al levantarme me encontré unas gotas de tinta roja en el suelo, seguí su rastro y me llevó hasta mis versos.

Allí estaba él, estrujando entre sus manos mis palabras, disparándome su odio,  escupiéndome sus reproches. Le pedí perdón, le prometí que cambiaría el final, pero no sirvió de nada, él ya tenía decidido mi castigo: de ahora en adelante todas mis palabras tendrían el color de la sangre y mis historias, el sabor del duelo.

MALOS TIEMPOS




Hace ya dos otoños que cuando tocan las campanas, no vamos a misa sino a la huerta y nos reunimos alrededor de los pocos frutales que nos quedan, para ver si nos dan algo más que  disgustos.

Los más optimistas piensan que el verano ha venido muy raro y todavía tiene que brotar algún fruto. Los demás sabemos que no habrá más cosecha que la que vemos. Pasamos el tiempo  intentando recordar el sabor de una manzana, o hincando los dientes  de nuestra ilusión en esa pera que se nos hacía agua en la boca. Luego  volvemos a casa resignados,  compartiendo  un sobre de gelatina con sabor a tutti frutti  para saciar nuestra sed y calmar nuestra memoria.

Dicen que  la tierra nos ha retirado sus favores y que  de los árboles solo brotarán transgénicos de plexiglás con fecha de caducidad. Lo peor es que ya no somos capaces de  evocar el olor de la fruta madura.