Diana se vio libre de las invisibles ataduras que le impedían moverse y corrió hacia Laura. Madre e hija se abrazaron entre sollozos, besos, caricias y palabras que pugnaban por salir .
Una sombra se acercó en la oscuridad, dio un pequeño puntapié al cuerpo caido en el suelo, comprobando que no se movía y se dirigió hacia donde se encontraba el duende.
-¿Qué has hecho? ¡Te has vuelto loco! ¡Le has matado! – reprobaba Roberto con voz ahogada a Arturo Hidalgo, mientras a lo lejos se adivinaba el sonido de las sirenas de la policia.
-¡Que más da! Nadie le esperaba, al fin y al cabo ha sido un estorbo desde el principio. – contestó Arturo con indiferencia.
Las sirenas de los coches patrullas se oían muy cerca y ya comenzaban a verse sus destellos en la oscuridad de la noche.
Arturo presentía que el tiempo se le terminaba y buscó al duende desesperadamente, como no conseguía verle, gritó al viento –dime donde está mi hija, porque no la has traído contigo –
De repente, la sombra que desprendia un intenso olor a tierra mojada, se colocó delante de él y le dijo: - ¿Tu hija? No se de que me hablas -
-Tire el arma – gritó un policia que acababa de salir del coche patrulla empuñando su pistola.
-Tirela al suelo y ponga los brazos detrás de la cabeza – le seguía indicando el policia mientras le encañonaba.
Arturo Hidalgo seguía esperando una pista de la sombra que ahora no sólo no veía sino que ni siquiera olía y presa de la desesperación gritó - ¿dónde la tienes? maldito cabrón –
Un nuevo disparo atravesó el silencio de la noche y algo más
(Continuará .........................)
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