Rafaella Ryon
Arrastra los pies hasta la silla y se aferra a la taza humeante de café, la sujeta con fuerza como si temiera que alguien viniera a arrebatársela. Hace años que no hay nadie más en esta cocina que ella y los ecos de sus ausencias.
La mañana se levantó sin brillo, como sus ojos, como los azulejos blancos de la pared, que lo perdieron de tanto restregarlos para que no se les pegara la mugre, esa que le inunda el corazón desde que se fueron.
-¡Con lo limpia que has sido siempre, María y lo sucias que tienes las entrañas!- le solía decir su hermana Asun, antes de sufrir un resbalón mortal por las escaleras mojadas.
Después le tocó a su padre, una mañana de abril, al confundir la botella de agua con la de lejía.
Oye crepitar las pequeñas astillas que se queman lentamente en el hogar, mientras vuelven a flotar en el aire sus voces que preguntan una y otra vez: “¿acabas de fregar?” “¿Dónde está la botella de agua?”.
Bebe un trago de café y fija su mirada más allá del cristal como cada mañana, para dejar de escuchar dentro.
Luego, aprieta los dientes con rabia y murmura “¡Malditos!”, otro día más.
5 comentarios:
Por favor, yo te invito a que pases por el rincón negro que he creado en http://microrrelatonegrocarbon.blogspot.com.es/ para que con tu prosa aportes un poco de luz a un panorama que pinta negro.
Una perta.
Hay pasados que se empeñan en volver todos los días. Pesan tanto como pesan los pensamientos.
Un beso.
Esperanza, es difícil de sobrellevar un pasado tan cargante donde los fantasmas siguen molestando, quizás con razón por los hechos cometidos.
Buena ambientación de la locura.
Un abrazo, Escritora.
PD: ¿En esta edición no participas en la VI Microjustas?
No es fácil de olvidar lo que tanto se quiere olvidar... porque lo haces siempre presntas, para poder olvidarlo: un galimatías.
Esa conciencia es dificil de mudar.
Un beso, Esperanza.
El peso de la conciencia o quizás esos fantasmas que son reales y vuelven a atormentarla.
Besitos
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