Tuve
un abuelo que leía, un tío que recitaba sonetos a la estatua del
parque y un padre que escribía nanorrelatos en las paredes. Así
crecí, entre letras, versos e historias. Mi madre, que solo leía
entre líneas, me mandó a trabajar a la librería de Don Esteban,
porque en casa había mucho bohemio y poco dinero, y allí aprendí
lo que nunca me enseñarían en la escuela: que los libros nuevos
poseen el eco de una casa sin estrenar —hasta que no se vive en
ella no se convierte en hogar—, y que los libros viejos huelen a
vainilla y humedad y llevan impresa, con tinta invisible pero
indeleble, la huella de las manos por las que han pasado. Me alimenté
de poemas de amor, novelas de ficción y aventuras y fui adentrándome
cada vez más en las historias que leía hasta que un día me colé
en una de ellas, convirtiéndome en uno de sus protagonistas y aquí
estoy, huyendo del ejército enemigo, padeciendo todo tipo de
vicisitudes y deseando llegar a la página 321 donde me espera la
dulce Susan, a la que amaré con pasión. No está previsto qué
pasará cuando llegue a la página final.
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7 comentarios:
¡Qué barbaridad, me ha encantado!
Toda una novela en cuatro renglones y medio, eres fenomenal. Felicidades.
Besicos muchos.
La magia de algunos libros consiste, precisamente, en hacerte vivir lo que en ellos se oculta. Entrar en sus historias es vivir lo que no hemos vivido jamás en carne u hueso. Estupendo relato.
Saludos.
Primero estuve pensando en cómo encajarían en tu historia los libros electrónicos... después me dejé llevar por la historia.
En cuanto a la página final y lo que hay después... espero que la escriban los protagonistas y que no haya guión.
Precioso escritora, bravo.
A veces es una lástima tener que salir de la vida que nos ofrecen los libros.
Abrazos.
Yo también me quedo a vivir en algunos libros. Una maravilla de relato.
Besazos, Esperanza.
Ah, que ganas de leer despiertas!! O de escribir!!
Un abrazo, Señá Temprano.
Me encanta la manera que tienes de adentrarnos en tus historias y hacernos partícipes de ella desde el primer renglón hasta ese final que cada uno (en este caso) encontraremos.
Es lo que tienen los libros, hace poco encontré en la calle un par de ellos, alguien los puso ahí para tentar a otro lector y fui yo. Cuando regresé a casa y abrí uno de ellos olía a tabaco de pipa y en vez de una historia, la propia del libro, encontré otra en mi imaginación.
Besos de gofio.
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