Casi todos los días terminaba tirando su rabia al lago en
forma de piedra: una por el padre que le cambió por el alcohol; otra por la
madre que osó morirse cuando sólo tenía dos años; la tercera por la caricia que
no conocía, la cuarta por los amigos que nunca tuvo y así hasta que ya no tenía
con qué matar la rabia. Pero la semana pasada le ocurrió algo singular: cada
piedra que lanzaba al lago le era misteriosamente devuelta, para mostrar quien
era el amo tomo una de grandes dimensiones y la lanzó al agua, ésta se levantó
en forma de ola y le engulló. No quedó ni rastro de él, tan sólo su gorra
flotando en la superficie.
Nadie le echa de menos, incluso algunos agradecen su
ausencia, diría yo.
Nunca averigüé como se llamaba por aquello de que lo que no
tiene nombre no existe.
4 comentarios:
¡Guau Esperanza!
Terrible recorrido vital, casi parece que el lanzamiento de la última fuera un acuerdo de partes.
Me gustó mucho, pese a su crudeza, o tal vez por eso. Rasca rasca.
Un abrazo.
Gracias Miguel, sí es crudo de narices, pero es que últimamente me pide el cuerpo reflejar la brutalidad en las letras, ¡qué le vamos a hacer!
Un abrazo,
Esperanza, original microrrelato que se escapa de la ternura con ese final justiciero. ¡Menuda es el agua!
Un beso, Escritora.
Yo casi diría que le hizo un gran favor, con el camino que llevaba podía haber llegado a tener una muerte bastante peor. Es un gran relato. De ahora en adelante me cuidaré de tirar piedras a los ríos.
Saludos.
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