Todos los años cuando empezaban a asomar las primeras cerezas
y el buen tiempo venía para quedarse, empezábamos la cuenta atrás para la gran
noche.
Horas antes, nuestros estómagos se llenaban de burbujas revoltosas que
nos hacían dar saltitos y reírnos a hurtadillas para que mamá no se diera
cuenta.
Con el canto del cárabo, nos metíamos en la cama vestidos, tiritando de
emoción, esperando la señal de la abuela que no tardaba en llegar.
La seguíamos
en silencio hasta el bosque, lo tenía todo preparado, el fuego en un claro al
lado del arroyo, la lavanda y el romero y el ramillete de genciana y milenrama.
Saludábamos a los árboles, abrazándolos hasta que sentíamos su latido. Con su
energía en nuestra piel hacíamos un corro alrededor de la hoguera, danzando y
cantando al son que nos marcaba la abuela.
No tardábamos en convertirnos en
bosque, en fundirnos con la noche y cabalgar sobre sus estrellas, éramos brisa,
agua y flores, éramos nube, luna y tierra...
Si quieres saber si las hadas y
los duendes existen, déjate abrazar por
el bosque en la noche más corta y tendrás la respuesta.
2 comentarios:
Esperanza, ¡qué bonito! Con la lectura de este microrrelato me has trasportado a ese Paraíso que ya conocí y que doy fe que en él, uno es fácil mimetizarse y empaparse de sus encantos.
Magnifico soplo.
Un beso, Escritora.
Lo leí en el Vendaval. Lo llenaste de magia con este micro.
Besos desde el aire
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