SOLSTICIO DE VERANO



Todos los años cuando empezaban a asomar las primeras cerezas y el buen tiempo venía para quedarse, empezábamos la cuenta atrás para la gran noche.

Horas antes, nuestros estómagos se llenaban de burbujas revoltosas que nos hacían dar saltitos y reírnos a hurtadillas para que mamá no se diera cuenta. 

Con el canto del cárabo, nos metíamos en la cama vestidos, tiritando de emoción, esperando la señal de la abuela que no tardaba en llegar.

La seguíamos en silencio hasta el bosque, lo tenía todo preparado, el fuego en un claro al lado del arroyo, la lavanda y el romero y el ramillete de genciana y milenrama. Saludábamos a los árboles, abrazándolos hasta que sentíamos su latido. Con su energía en nuestra piel hacíamos un corro alrededor de la hoguera, danzando y cantando al son que nos marcaba la abuela.

No tardábamos en convertirnos en bosque, en fundirnos con la noche y cabalgar sobre sus estrellas, éramos brisa, agua y flores, éramos nube, luna y tierra... 

Si quieres saber si las hadas y los duendes existen, déjate  abrazar por el bosque en la noche más corta y tendrás la respuesta.

2 comentarios:

Nicolás Jarque dijo...

Esperanza, ¡qué bonito! Con la lectura de este microrrelato me has trasportado a ese Paraíso que ya conocí y que doy fe que en él, uno es fácil mimetizarse y empaparse de sus encantos.

Magnifico soplo.

Un beso, Escritora.

Rosa dijo...

Lo leí en el Vendaval. Lo llenaste de magia con este micro.

Besos desde el aire