Ya
no podíamos contar con él, hacía lo que quería, se ponía en rojo
para dar paso a la enfermera de ojos de gata y en verde para el
celador forzudo que se las veía y se las deseaba para cruzar el
patio. Cuando pasaba el cocinero cambiaba bruscamente de color e
invitaba a los internos a proseguir la marcha arrollándolo.
Intentamos asignarle otro cometido como el de papelera o autobús,
pero no había manera, él quería seguir siendo semáforo. Tras
largas horas de negociación, el director lo ha desenchufado y ha
decidido convertir el patio en zona peatonal.
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5 comentarios:
Qué lástima, con lo que cuesta encontrar la verdadera vocación, je je.
Muy bueno escritora!
Abrazos.
Muy bueno el relato, he disfrutado mucho leyéndolo.
Muy original y divertido.
Las larga espera ha valido la pena.
Saludos.
Qué bueno, niña. Pues no entiendo por qué no estuvo entre los escogidos??
Abrazazo, hermosa.
Siempre sorprendes, eso me gusta. Una pena que no puedas regalarnos estas joyas más a menudo.
Besos de gofio.
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