METRO DE MADRID




Yo que pensé que era la única y hoy me entero que también le han quitado el cubo a la Paca, dicen los jefes que no nos hacen falta, que nos apañemos con las fregonas y cuando haya que aclararlas que vayamos  a la escalera y las remojemos un poquito en el agua de los cubos, que lo primero es recoger las goteras para evitar resbalones.

Ayer cuando fui a mojar la fregona me encontré el cubo seco, dentro había una tarjeta del paro, la gorra de un mendigo y una carta de despido que aterrizó allí planeando como un avión.  Dice el jefe de estación que él ya lo veía venir, que el asfalto siempre suda lo que se cuece encima. 

Ya no recogemos  agua desde hace días, ahora  solo caen cascos de mineros, pagas extras de funcionarios y  algún que otro plato roto de comedores sociales, pero tenemos orden de vaciar los cubos y volverlos a poner en las escaleras porque dicen que lo que está cayendo  crea más alarma entre la población que un simple resbalón.  Parece que toda la culpa es de la prima de riesgo, y es que, como dice el tío Ruperto, ya no te puedes fiar ni de la familia.   

(Esta fue mi apuesta en el Concurso a partir de una imagen del mes de julio organizado por Triple C) 


VICTORIA TRIGO BELLO

Me gusta hablar de mis amigos, por eso tienen su propio rincón en mi casa. Siempre me aportan algo nuevo y valioso: un abrazo, una canción, una sonrisa, un hombro para llorar o incluso un cuento como el que ahora os presento.

A Victoria Trigo no le hace falta presentación, ya tiene su sitio de honor en el mundo del microrrelato, del cuento y de la poesía. Se atreve con todo porque puede con todo. Maneja el lenguaje con gran maestría para  hacerlo bailar al son de los sentimientos. Sus historias nunca pasan desapercibidas. Tuve la suerte de compartir pupitre con ella y con Elena Casero en la Escuela de Escritores y formamos entonces un trío literario bien avenido que aún perdura. 

Os dejo en inmejorable compañía.

 ¡Que disfrutéis! 


Dibujo: Mateo Tarengui

HISTORIAS DE TROMPÍN
Publicado en Heraldo de Aragón el martes 21 de agosto de 2012
Victoria Trigo Bello

Yo repelía la comida como si estuviera electrizada. Mi padre se enfadaba y me decía que iba a venir aquel médico cuyas puntas de bigote anunciaban el dolor de las inyecciones. Tú, con paciencia sin reloj, cuando me ponía más impertinente -el babero ya se habría comido la mitad del puré-, me contabas historias de Trompín, el elefante de calcomanía de la baldosa, el de la trompa cortita, como tu dedo meñique triturado en la máquina de coser cuando trabajabas en casa de doña Leo.
Trompín estaba en el río. Sí, en un río como el del pueblo. Y cucharada. Trompín se iba con sus amigos. ¡Claro que tiene amigos…! Otra más. Mi padre protestando. Mejor una zurra que tanta pamplina. Tú, como si no le oyeras, volvías a marear mi puré con la cuchara, llevándote un poco a los labios para soplar –aunque aquello estaría ya casi helado-, o más bien para añadir mimos a aquella mezcla de verduras, jarrete y amor. Trompín va en un tren. Y cucharada. Porque Trompín va a actuar en un circo. Otra más. En un circo muy grande.
            Más de medio siglo después seguimos igual. Tu meñique atormentado. El puré en el plato. La cuchara enfrentándose a una boca cerrada y Trompín como mediador. ¿Te acuerdas del elefantito…?
Ahora vendrá la enfermera. Voy de tarde y comes tan despacio –lo de comer es un decir…- que no puedo esperar a que termines. No llores mujer, que luego volveré. Te doy un beso, me miras con lágrimas secas y te giras hacia la pared encogiéndote como una oruga para retornar a tu posición fetal.
Si doña Leo te hubiera arreglado los papeles, cobrarías algo. Pero esa bruja sabía más de costura que de legalidades. Cuando la máquina se cebó en tu dedo, te arrancó la aguja y la uña y calló tu grito amenazando despedirte por haber manchado de sangre la blusa que una señorona iba a estrenar en la jura de bandera de su hijo. Aquello se zanjó con una semana de sueldo más el descuento de los dos días que faltaste al trabajo. ¡Y aún le estabas agradecida por los botones imitación de azabache que te regaló para tu vestido de novia pobre…!
El ascensor abre sus puertas y me incorporo al silencio colectivo. Salgo del edificio y me asalta una angustia más allá de la individual. Es la certeza de que mientras te hundes en la niebla, la humanidad se resigna un poco más a privar de nombre a sus elefantes.

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Victoria ha atendido a nuestras sugerencias y ha iniciado un proyecto de blog. Tomad nota:  
http://lasdoscarasdelfolio.blogspot.com.es/

NOCHE SIN ESTRELLAS

- ¿Qué pone aqui?
- G..A..T..O
- ¿y aquí?
    - 8
    - Muy bien.
    - Estrellas – dice girando la cabeza hacia la ventana.
      - No, cariño, son las luces de las calles de Madrid – le respondo.
    - Cariño – repite ella.

   No conocía el eco de esta  palabra en su boca. Aún conmovida,  le acaricio la cara con el dorso de mi mano y creo ver en su rostro  una ternura que me sobrecoge. 

-  - Te quiero, mamá – le confieso tímidamente.

- G…A…T…O  - me responde ella clavando su mirada perdida en mis  ojos vidriosos.

DIARIO DE UN DUENDE



Mi  piel tiene el tacto de una hoja seca y se rompe con un golpe de viento. Mi nariz se está arrugando a fuerza de respirar polvo, parece que el cielo se ha olvidado del bosque y hace tiempo que no derrama ni una lágrima sobre la tierra. Se le ha secado el corazón a las nubes.

Para colmo,  estas diabólicas criaturas siguen invadiendo nuestro espacio con esos extraños  artilugios que nos ciegan con sus fogonazos,  hieren  la corteza de los nogales más ancianos, tatuándoles  corazones y nos roban el silencio con sus gritos.

Alguna vez que otra aparece alguna criatura que respeta el bosque, como ese joven pintor que viene  cada día con su lienzo, su paleta y sus pinceles al roble milenario en el que vivo. Ayer terminó de pintar:  el sol filtrándose entre las hojas, el hueco cubierto de musgo donde me siento, el tronco nudoso y retorcido en el que me cobijo, pero ni  rastro de mí a pesar de haber estado posando todo el tiempo sobre una rama. 

¡Ingrato! 

EN TODAS PARTES



La crisis también ha llegado a mi bosque,  está más seco que nunca y aunque él no  pierde la compostura y se muestra verde y bello,  solo hay que pisar sus alfombras para sentir crujir por debajo la reseca piel  de la tierra que llora de sed.

Este verano las cerezas ni siquiera se han asomado, las manzanas se cuentan con los dedos de las manos y las peras presentan la peor de sus caras. Menos mal que los recortes no han  afectado al silencio que sigue acariciando mis oidos.

Las hortensias de mi jardín han decidido no florecer este año, tampoco las fresas  han querido  deleitar el paladar de ningún mortal, tan solo las lavandas y la hierbabuena ponen el toque aromático a un verano al que le sobra calor y fuegos.

Hasta las musas han desertado, dejándome más tirada que una colilla, a merced de esos terribles monstruos que tienen como caldo de cultivo la hoja en blanco. En estos tiempos son los únicos que crecen. 

Y FUERON FELICES...



Él está nervioso, quiere impresionarla, se atusa con un viejo peine al que le faltan tantas púas como a él dientes y deja que los chorros de  colonia apacigüen esos mechones cansados de suciedad.

Ella no para de reírse nerviosa mientras se coloca sobre la cabeza un tul  que arrancó de un vestido que encontró entre la basura. Se alisa las  arrugas de la ropa y posa ante dos trozos de espejo intentando recordar cuando fue la última vez que tuvo algo que celebrar.

Han llegado todos, también “El Cicerón” que accedió a ser el maestro de ceremonias. No cabe ni un alma pordiosera más debajo del puente. Se intercambian los anillos dorados, sisados en los chinos, sin prestar atención al monótono discurso del oficiante y se besan ante la ovación de los asistentes.

Los bricks de vino peleón pasan de mano en mano, al igual que las latas de sardinas, al son de las palmas y las canciones del “Gorgorito” que dicen que un día fue tenor y cuando el atardecer de Madrid empieza a acurrucarse en la noche, los que aún se sostienen en pie acompañan a los novios rumbo a su nueva vida juntos.

Empiezan a brillar las primeras estrellas cuando llegan al Viaducto, se despiden de la comitiva con una inclinación de cabeza y una sonrisa. Se miran enamorados, se cogen de la mano y  encaramados en la barandilla se lanzan hacia el abismo, convencidos de que al otro lado no puede haber nada peor.