Se
lo había visto hacer muchas veces a las gallinas; si ellas podían,
él también. Ellas se alimentaban de los restos que encontraban por
el suelo; él jugaba con ventaja, podía también rebuscar en los
contenedores de basura. Lo que dejaba atrás no merecía ni el
recuerdo, lo que tenía por delante olía a oportunidad.
Encaramado
en tierra de nadie. Encañonado por los que le retenían y por los
que no le recibían. Agarrado a la verja como una gallina a las
rejillas del gallinero, sus dedos ya no responden al últimatum que
recibe desde abajo, ni a los impactos que dejan hilos de sangre, como
el que cuelga de la comisura de sus labios. Un cuerpo inerte no
conoce de fronteras.
5 comentarios:
La desesperación no conoce barreras. Si la imagen de miles de personas lanzándose a semejante castigo no nos vuelve nuestras obtusas, egoístas, ocidentales, desarrolladas (dicen) cabezas del revés, como un calcetín, es que no queda nada de humanidad dentro de nosotros.
Abrazos escritora.
Así de claro, así de duro, a mi se me abren las carnes cada vez que pienso en ello...¿De verdad no ven personas y dramas , solo problemas políticos? ¿dónde está nuestra empatía? ¿Por qué no interesa erradicar la verdadera causa de esa desesperación? Tu relato me ha conmovido y removido la conciencia, una vez más. Besos, Esperanza.
Atroz, Esperanza. La situación y tu micro.
Un abrazo o más.
Qué duro pero qué bonito !!. Creo que el relato además de ir directo al corazón consigue removerte la conciencia. Enhorabuena :)
Brutal, Esperanza, directo y sin fisuras, una declaración en toda regla y un relato contundente para nuestra vergüenza.
abrazos
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