Desde que el
abuelo desapareció un día mientras ponía la mesa, mamá nos
mandaba todas las tardes a casa de la abuela para entretenerla, y
allí hacíamos los deberes bajo la atenta mirada de esos señores a
caballo rodeados de perros de caza del cuadro del salón. A ninguno
nos gustaba esa pintura que ocupaba toda la pared y procurábamos no
mirarla mucho, excepto mi hermano pequeño que juraba haber visto al
abuelo entre los monteros y siempre pegaba sus gafitas de empollón
al lienzo para buscarlo de nuevo. Una tarde mientras los demás
estábamos en la cocina, mi hermano pequeño desapareció sin dejar
rastro. Apareció una semana después en medio del salón con las
gafas rotas y lleno de arañazos. Nunca supimos lo que pasó. Ayer
murió la abuela y mi hermano se esfumó de nuevo. Hoy durante el
entierro ha aparecido y ha dejado una carta sobre el féretro que
empieza diciendo “A mi querida esposa”.
EL NÚMERO 11
Dicen los expertos que el
11 es el número maestro de los destinados a alcanzar la iluminación.
Tal vez por ello fuimos 11 los que nos adentramos en la aventura de
descubrir esa belleza que la naturaleza solo enseña a aquellos que
se atreven con sus cumbres.
11 expedicionarios. Unos,
avezados montañeros, otros, no tanto, incluso estábamos aquellos
que sufríamos en silencio el miedo a no resistirlo.
A veces en fila india, a
veces en grupos, recorrimos bosques, subimos cuestas que parecían
imposibles de remontar y pisamos tanta piedra bajando que nuestros
pies no paraban de gritar, eso cuando no resbalaban por los
pedregales.
El silencio nos rodeó
entre los robles, la niebla jugó con nosotros al escondite hasta
Panderrueda y el brezo nos regaló la mejor de sus caras, en
solitario y mezclada con otras especies y el más dulce de sus
aromas. Dos inmensos buitres nos sobrevolaron majestuosos durante una
parte del camino, tal vez porque no perdían la esperanza de que
cayéramos alguno. También tuvimos oportunidad de avistar a un
rebeco custodiando fielmente la entrada de una cueva y de
encontrarnos un pequeño Belén que alguien había colocado allí,
entre las rocas más altas, salpicadas de una verbena de colores por
los líquenes.
Cuando las botas de uno
llegan a estos parajes, la belleza ya no te cabe en los ojos y se
expande al corazón y ahí se queda a vivir por algún tiempo, por
eso cuando llegamos a Soto 25 kilometros después, nos sentamos en el
puente de la fuente, unos frente a otros, como si no quisiéramos que
se acabara.
Dicen que el número 11
está unido a los grandes proyectos y a los grandes encuentros.
Seguro que por eso fuimos 11.
INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Debí
imaginarlo cuando empezaron a hacerme esas preguntas «¿Así que
eres capaz de leer una sentencia de 250 páginas en una hora?»
«¿Cómo? ¡Solo te ha llevado un día solventar un sumario de 1000
folios!» Mira que me lo tenía dicho mi madre: «No te signifiques,
que vas a tener problemas» y siempre terminaba dándome un meneo
«tan listo, tan listo y no te enteras de nada» Creía que estaban
encantados conmigo cuando me contrataron en el bufete, número 1 de
la promoción, cinco idiomas, premio extraordinario de carrera, como
iba a pensar que todos los miembros del despacho estaban confabulados
contra mí y ciegos por el dinero, la mayor pandemia de este siglo,
iban a cambiar las cuatro paredes del despacho por las praderas de
Silicon Valley y ofrecer mi ADN para reproducir mi secuencia en todos
esos robots. ¡Quiero volver a casa! ¡Mamá!
Relato presentado al Concurso de Microrrelatos de Abogados del mes de mayo, con poca suerte. Las cinco palabras obligatorias eran: solventar, pandemia, pradera,meneo,ADN
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