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Para Elena Casero
Nunca soy capaz de cumplir la agenda, en realidad no sé ni para que la llevo, las cosas urgentes siempre acaban ocupando el sitio de las importantes, pero ayer, no solo la cumplí sino que me quedó un hueco y me encontré ante una experiencia excitante y excepcional.
Había terminado en el Juzgado una hora y media antes de lo previsto, el Juez llegó a su hora, el contrario se mostró pacífico y no me tuve que defender ni de golpes bajos ni de patadas en la espinilla. Dejé la toga y decidí regalarme ese tiempo para mí, antes de que me devorara nuevamente la vorágine del despacho. Mira por donde iba a aprovechar para comprar ese libro de relatos que deje olvidado en el avión que me llevo a Nevsehir ¡cachis la pena, todavía me duele el olvido!
Hacía siglos que no andaba por las callejuelas de Malasaña, no recordaba que estuvieran pobladas por tantos chinos, aunque a juzgar por sus miradas y sus caras de sorpresa, ellos tampoco debían recordar haber visto antes a una señora trajeada y con maletín recorriendo sus aceras. Pasaba a su lado evitándolos al tiempo que ellos se pegaban a la pared, evitándome a mí ¡quien temía a quien!
Las 10:15, la librería cerrada y un frio de cortar el aliento en la mañana de Madrid.
Al grito de ¡Vaya por Dios! me resguardé en la Iglesia de San Justo, al tiempo que empezaba la misa. Tres feligresas y yo: las oía respirar, rezar y murmurar a pesar de que estaban diez bancos por delante de mí. Se levantaban, se sentaban, se arrodillaban, se volvían a levantar mientras yo permanecía sentada y sin moverme para que el frio no se diera cuenta de mi presencia y no viniera a hacerme compañía.
El párroco oficiante me invitaba con un gesto de manos ascendente a levantarme también o ¿quizás era una invitación para elevarme al Paraíso? Nunca lo sabré porque apenas dieron las 11:00 y antes de que me invitaran a ir en paz ya estaba yo en la puerta de la librería.
Presencié en vivo y en directo el coro de cierres de las tiendas levantándose ¡vaya horas de ponerse en funcionamiento! y esperé infructuosamente a que el cierre de la librería cantara un solo triunfal.
A las 11: 10 el hueco de mi agenda ya había desaparecido, los asuntos urgentes volvieron a desbancar a los importantes y me fui por donde había venido, sin libro, con frio y unas cuantas llamadas que atender.
Nunca soy capaz de cumplir la agenda, en realidad no sé ni para que la llevo.