LAS ÚLTIMAS FLORES

Santiagus

La puerta de entrada cedió tras una pequeña melodía de bienvenida  y atravesé el jardín custodiada por hortensias y rosales perfectamente ordenados en sus porciones de césped.

El edificio se alzaba funcional y digno en un hueco olvidado entre   las torres de viviendas repletas de risas de niños, planes de futuro   de jóvenes y  sueños de adolescentes.

Todo estaba en su sitio, el jarrón de la entrada, los sofás del recibidor, las revistas dispuestas para matar el tiempo, como si no estuviera ya muerto. Todo en orden, hasta los ancianos, alineados  en sus sillas de ruedas, como un ejército sedente, como un batallón silente. 

La busco en esta gélida armonía y la adivino al final de la sala, sentada sobre sus cenizas,  perdida sin saberlo, convertida en sonrisas  sin memoria, preguntas sin respuestas, silencios llenos de olvido atemorizados por el grito desgarrador que proviene de la silla del fondo.

- Doña Luisa, no asuste usted – le reprocha la auxiliar a la que parece ejercer de  espantadora oficial.

La tarde huele a lejía y sabe a  nostalgia, en el aire flotan las palabras que quedaron por decir, los reproches del ayer y la ternura que caducó sin estrenarse. Me devuelve al ahora una  anciana que me toma del brazo por sorpresa:

 - Que si usted no lo quiere, me lo da a mí, que yo me lo quedo – acierta a decirme antes de que se la lleven.

Me despido de ella en el jardín, entre las plantas aromáticas, rozando su nariz con el olor de la flor de la lavanda atrapado entre mis dedos. Me alejo hacia la verja de la residencia y la adivino a mis espaldas respirando las fragancias que orea el viento, confiada en que le devuelva sus recuerdos. 

8 comentarios:

Rosa dijo...

Has retratado de una manera delicada y acertada la vida, de una residencia. Tristes historias sin memoria muchas de ellas.

Besos desde el aire

CDG dijo...

Por causas muy cercanas, este relato me llega. Aunque donde yo voy, no siempre es silente ese batallón. Por lo demás, has pintado con un elegante y doloroso pincel lo que en sitios así se vive y se olvida.
Un beso.

Paloma Hidalgo dijo...

Cuánta tristeza deambula por los renglones de tu relato, es enternecedor, es demoledor, pero lo peor es que duele, bueno, tal vez eso sea lo mejor...

Un abrazo

Nicolás Jarque dijo...

Esperanza, la tristeza que rezuma este relato solo escampa cuando recreas con detalles mimados ese escenario, que desde fuera parece tan gris, como es una residencia. Yo no quisiera envejecer lejos de mi casa, no allí, pero no siempre se puede elegir.

Un abrazo, Escritora.

Elena Casero dijo...

El retrato que has hecho es el mismo que veía cada domingo en la residencia donde estaba mi tía.

He regresado al pasado.

Muchos abrazos. A pesar de la tristeza, me ha encantado. Tienes frases soberbias

Pedro Sánchez Negreira dijo...

A mí, como a CDG, Esperanza, este relato también me toca en lo más íntimo.

Aún no me toca ir a visitarle a ningún sitio, pero cada día temo el momento en que esa experiencia llegue.

Lo siento, pero no puedo decir más. La emoción me embarga.

Gracias.

Un abrazo,

Elysa dijo...

Lo he vivido demasiado cerca como para no reconocerlo en tu relato. Es una historia dura, tanto como esa realidad que reflejas.

Besitos

Arte Pun dijo...

Genial Esperanza. Todo me parece brillante. Me quedo con "la tarde huele a lejía y sabe a nostalgia"... muy bueno.

Un beso