EL SUSURRO DEL DUENDE (7ª entrega)


Ilustración: Diario de Dinorah

Estaba anocheciendo cuando Laura y Diana llegaron a Loya, dispuestas a vivir un fin de semana diferente, lejos de Madrid y de su agitada vida. Laura paró el coche enfrente de la casa de piedra que años atrás había pertenecido a un indiano y que ella había comprado a los descendientes del adinerado emigrante, que se habían pulido, poco a poco, la gran fortuna de su antecesor.

El cielo estaba insultantemente estrellado y una inmensa luna llena iluminaba las montañas, realzándolas de tal manera que no parecían reales, sino recortadas de una postal.

Laura respiró profundamente como si pretendiera absorber en un instante toda la calma que flotaba en el ambiente. Siempre que llegaba a Loya, se sentía distinta, hechizada por esas montañas, por ese aire limpio, por esos bosques de hayas y robles, por esas aguas de manantial que pujaban por salir por todos los rincones.

Estiró los brazos hacía el cielo para impregnarse toda ella del nuevo escenario, mientras Diana jugueteaba con un perro que se había acercado a recibirlas. La llave estaba en la puerta, la chimenea del salón estaba encendida y una pequeña lamparita iluminaba tenuemente la estancia, invitando a tomar posesión de ella. Encima de la mesa del comedor había un plato con una suculenta tortilla de patata y un pequeño queso artesano a su lado.

- Dori es una joya, está en todo – dijo para sí Laura. Dori era una lugareña que le cuidaba la casa, la limpiaba y la mantenía a punto para que siempre pareciera habitada.

Salió a buscar a Diana y no la vio, le pasaba muy a menudo en Loya, era como si su hija se mimetizara con el entorno y se perdiera en él. Descansó la vista de nuevo en las montañas, en las luces de las casas de piedra que formaban el pueblo y abandonó su oído al ruido del agua y al canto oculto y cercano de la lechuza.

Iba a llamar a Diana cuando un ruido de pasos que se acercaban capturó su atención. No conseguía ver quien era, el camino estaba en penumbra, pero poco a poco la sombra andante iba tomando forma. Le pareció que era.............no, no, no podía ser él, el caso es que parecía ............no, no, hacía tantos años que no le veía .................. , no había vuelto a saber nada de él, era como si se lo hubiera tragado la tierra, pero............ ese andar tan característico, no podía ser otro.

Seguía teniendo la misma mirada de niño travieso, la larga y negra cabellera rizada que lucía con veinte años, se había convertido en una discreta y corta melena blanca que le daba una apariencia de serena madurez intelectual. El paso de los años le había aportado prestancia y unas cuantas arrugas, pero ni una ni otras impedían reconocerle al primer golpe de vista.

- ¡No me lo puedo creer! Roberto, pero si pensé que te habías exiliado de este planeta! - dijo Laura al tiempo que se fusionaba en un fuerte abrazo con él. Eran amigos inseparables desde la infancia, Loya era su punto de encuentro en el verano y el escenario de momentos inolvidables que forjaron invisibles y fuertes lazos que no podían deshacer ni el tiempo ni la distancia.

(Continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ESPERANZA dijo...

Ultimamente he recibido varios comentarios "spam", para evitarlos he instalado un filtro de verificar la palabra. Espero que funcione y que esta pequeña barrera no os corte el rollo de seguir opinando y comentando.

Ángel dijo...

Ya pensaba yo, que mis comentarios se calificaban como "spam". Pero ya me doy cuenta que no.....
¿opinando? ¿comentando? bueno, para eso es un blog en internet ¿no?.

Como tú dices, todas las opiniones serán tenidas en cuenta.....¿si?

Va bien la cosa

ESPERANZA dijo...

¿Me he perdido algo? ........ ¿ quien ha dicho que todas las opiniones serán tenidas en cuenta? Yo no.