LA PEÑA ESTA FATAL


¡Lo que cambian las cosas! Si antes en el despacho siempre tenía a mano la colección de códigos legales por si tenía que tirar de ellos para solucionar alguna consulta, ahora lo único que me hace falta es la caja de pañuelos de papel.

Y es que hay mucha gente que no viene buscando consejo, sino consuelo. Necesitan que les escuches, te cuentan lo mal que se encuentran , lo mucho que sufren y cuando se te ocurre meter una pequeña cuña jurídica de solución de su problema, te miran sin verte durante unos segundos y reanudan su cantinela, sin haber escuchado ni una sola de tus palabras.

Un psicólogo puede pensar que es un caso claro de intrusismo profesional, pero se equivoca, sólo les prestó los pañuelos de papel para que lloren a gusto.

Ahora que si un cura me acusara de meterme en su terreno no estaría muy errado. Mi oficio cada vez se parece más a los servicios clericales que te ofrecen en cualquier iglesia.


Ellos le llaman feligrés, yo cliente; ellos utilizan un confesionario, yo una mesa de cristal; ellos lo resuelven con un par de padrenuestros y un avemaría, yo con unos cuantos artículos del Código Civil; el feligrés sigue pecando y el cliente errando. El feligrés expía sus culpas con un donativo en el cepillo y el cliente espera volcar sus miserias sin que le cepilles el bolsillo y al final, tanto el uno como el otro persiguen lo mismo, que les escuches, que les ayudes, aunque no se dejen, y en última instancia que se produzca el milagro.

Como dice mi amiga Almudena “definitivamente la peña está fatal”.

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