SE REFLEJA EN LA MIRADA

A menudo se nos escapan cosas en las que no repararíamos nunca, si no fuera porque alguien nos advierte de su existencia.

Mi profesor de yoga me dice, con frecuencia, que suavice la mirada. La primera vez que me lo dijo pensé ¿qué suavice qué?; la segunda vez pregunté ¿y cómo se hace eso? a lo que el me respondió “mirando para abajo”, probé y nunca me pude imaginar que ese pequeño gesto me resultara tan difícil.

Vamos integrando conductas y hábitos que conforman nuestro carácter, nuestra manera de proceder y nuestra normalidad, sin darnos cuenta.

¿Por qué me cuesta tanto bajar la mirada? Tal vez porque me enseñaron a encarar la vida mirando siempre de frente y se me atrofió la capacidad de mirar hacia abajo. Aprendí desde pequeña que hay que mirar para arriba si quieres llegar lejos, pero nadie me indicó que hay que mirar abajo para no perder de vista la tierra que pisas, para no olvidar las raíces que te hicieron crecer, y para darle una oportunidad a la ternura.

Quiero aprender a mirar hacia abajo, para tener mi corazón siempre a la vista, para ver correr mis lágrimas en busca de la luz, para que mi estado de permanente alerta se transforme en un estado de calma y ese bullicio permanente que se aloja en mi azotea, se tome un respiro y me deje descansar a mí también.
A veces necesito bajarme de los tacones de mi mente y andar descalza por el territorio de mis emociones. Tal vez si lo practico con frecuencia, se refleje en mi mirada.

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