COMO UN LAMENTO (3ª entrega)

Foto galeria nano.quintana

Antes de entrar en su despacho, Ángeles se detuvo en la maquina de café que había en el pasillo, con la esperanza de que el infame líquido que escupía, sirviera por lo menos para inyectarle fuerzas con las que empezar una nueva jornada. Mientras esperaba que el vaso se llenara del humeante brebaje, contempló a través de las cristaleras que separaban las oficinas de los talleres, el bullicio de las máquinas y el ajetreo de los operarios y pensó ¿durante cuánto tiempo más podremos seguir?. Suspiró, tomo el vaso que le dispensó la máquina y entró en su despacho.

Había intentado hacer de este espacio un lugar agradable para habitar, tenía varias macetas con margaritas en el alfeizar de la ventana y unos cuantos posters de atardeceres en el mar, dispersos por las paredes. Desde hace dos años, compartía esta oficina con Carmen, una administrativa diez años más joven que ella, con la que mantenía una relación educada pero distante. Ángeles siempre la consideró una intrusa y Carmen supo desde el primer momento que el único espacio sobre el que tenía potestad era su propia mesa, por eso la había llenado de sus objetos personales y de las fotos de sus hijos.

Tras un parco saludo a su compañera, encendió el ordenador y se dispuso a empezar la tarea. Nada apuntaba a que la jornada que empezaba fuera a ser mejor que cualquiera de las vividas en el último mes, pagarés no atendidos, clientes que pedían moratorias para pagar a plazos los trabajos ya realizados........ definitivamente, los números no les eran favorables.

Revisó su correo electrónico y tras eliminar los múltiples mensajes spam que llenaban su bandeja de entrada, su mirada se clavó en un mensaje titulado “Quisiera ser tu pañuelo azul” . Era el tercer mensaje que recibía en este mes del que decía llamarse poeta urbano, los dos anteriores se habían quedado en un simple saludo de un desconocido, a los que Ángeles no había dado la menor importancia, pero este tercer mensaje era distinto, lo abrió apresuradamente y leyó : “ Quisiera ser el pañuelo azul que abraza tu cuello. Quisiera ser la blusa blanca que te cubre y oculta tus formas. Quisiera respirar tu aroma y dormir en tu piel. Quisiera ser en ti, sobre ti, por ti” . Se dio la vuelta bruscamente sobre su silla, como si el autor de estos versos, estuviera tras de ella, pero no encontró a nadie, tan sólo se topó con el reflejo de su imagen , vestida de blusa blanca y adornada con pañuelo azul, en el cristal.

Continuará . . . . . . . . . .

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