ALGO PARA RECORDAR



Soy de las que piensan que recordar no es lo mismo que “te vas a acordar”, no señor, no tiene nada que ver, aunque haya mucha gente que apelando al recuerdo, pretenda la revancha.

Nunca me he creído que la “memoria histórica” sirva para reparar o enmendar situaciones que nunca debieron producirse, sino todo lo contrario, creo firmemente que, tal y como está planteada y tal y como la entendemos, queda limitada a un mero ajuste de cuentas.

¿Quién no ha vivido la muerte de un abuelo, o de un familiar cercano, que ocurrió injustamente durante la contienda? Esa muerte gratuita pende sobre la conciencia de, al menos, las dos generaciones siguientes, que nacen y crecen con la memoria del familiar desaparecido, con las historias cruentas de cómo le dieron muerte, elevándole, en muchas ocasiones a los altares, merecida o inmerecidamente y consiguiendo por tanto que la sed de justicia se torne en sed de venganza.

Deberíamos, por tanto, hablar de venganza histórica no de memoria histórica. Muchas veces confundimos el recuerdo con el rencor, y nos enredamos en la espiral del odio heredado y de la revancha, que no tiene ningún poder para borrar los efectos de una injusticia.

Recordar, sí, sin duda, para que no vuelva a ocurrir, pero lo qué pasó, pasó y por mucha memoria histórica que imploremos, nadie nos va a devolver al ser querido que se fue.

La tan manida dignidad de los muertos en la guerra, que ha de ser restituida, no existe, desengañémonos, la dignidad es cosa de los vivos y frecuentemente recurrimos a ella cuando necesitamos demostrar al mundo que éramos nosotros los que teníamos razón y los otros eran los malos, en definitiva, cuando necesitamos que triunfe nuestro ego.

Sólo cabe un remedio eficaz, y no es el olvido, no, sino el perdón, que deja a salvo el recuerdo, liberándonos del rencor y permitiendo que el se fue, extemporánea e injustamente descanse, por fin, en paz y nosotros también.

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